12 diciembre 2008

Jacques Offenbach, la alegría de vivir ( 1 )


Ha finalizado la obertura; se ha descorrido el telón y una locomotora, casi tan grande como las de verdad, entra en la estación de ferrocarril del decorado, echando bocanadas de vapor. Desde el interior de los vagones iluminados, turistas extranjeros cantan exultantes, saboreando por anticipado las pícaras delicias de París. El público prorrumpe en aplausos, y en seguida se acomoda para disfrutar de tres horas de alegría musical. Cuando llega el final, la ovación es ensordecedora. Los espectadores salen del teatro sonrientes, tarareando y silbando
¿Un nuevo éxito de la comedia musical? No exactamente. Es la reposición en París de La vie Parisienne, una opereta con más de cien años pero tan divertida y vibrante como el día que saltó a las candilejas por primera vez. ¿Su compositor? El inventor de la opereta, que luego daría lugar a la comedia musical: Jacques Offenbach.


Uno de los contemporáneos del siglo XIX, Gioacchino Rossini, le llamó "El Mozart de los Campos Elíseos". Giacomo Meyerber, el gran sacerdote de la ópera francesa, tenía un palco abonado para cada representación de Offenbach. El filosófo Federico Nietzsche calificó su música de "momentos de perfecto buen humor". Pero quizá la descripción más acertada del encanto de Offenbach se deba al compositor y director de orquesta contemporáneo Manuel Rosenthal: "El verdadero ritmo de su música es el latido del corazón".
Y hoy, más de un siglo después de su muerte, ese corazón todavía late con fuerza. Reposiciones de las obras más conocidas de Offenbach, como La via Parisienne, Orfeo en los Infiernos, La Perichole, y La Gran Duquesa de Gerolstein, se representan a teatro lleno en muchos países, y también están de moda sus numerosas obras en un solo acto. Su ópera Los Cuentos de Hoffman figura en el repertorio de la mayoría de las compañías de ópera de Europa y de los Estados Unidos.

Irónicamente, ningún recién llegado a París parecía tener un futuro menos prometedor que los tres pobres judíos alemanes que, procedentes de Colonia, se apearon de una diligencia en noviembre de 1833. Isaac Offenbach traía a sus hijos a Francia con objeto de completar su educación musical en este país. Julius, de dieciocho años, tocaba el violín, y Jacob, de catorce, el violoncelo.
El padre de los muchachos trató de conseguir para Jacob una audición con Luigi Cherubini, el tiránico director del famoso Conservatorio de París. Cherubini disfrutaba sofocando las aspiraciones de jóvenes músicos. "Las reglas del Conservatorio determinan que no puede ser admitido ningún estudiante extranjero", anunció a Isaac. (Diez años antes, se había negado a aceptar nada menos que a Franz Liszt porque era húngaro). Pero Isaac persuadió a Cherubini para que oyera a Jacob. El director exhumó una difícil sonata italiana y se la arrojó al muchacho. Jacob la ejecutó sin un fallo. Cherubini saltó de la silla exclamando: "¡Suficiente! Haré una excepción... ¡Estudiará en el Conservatorio!".
Sin embargo, un año más tarde, Jacob o Jacques, nombre que no tardó en adoptar, dejó el Conservatorio porqué se sentía aburrido y aceptó un empleo como violoncelista en la orquesta de la Opera Cómica. Cuando no tocaba, se dedicaba a componer
En 1839, se unió a un aristocrático joven alemán, Friederich von Flotow (futuro compositor de la ópera Marta), para tocar en los salones de moda. Haciendo imitaciones de gritos de animales con su violoncelo, y con su charla inteligente y salpicada de "humor de Bulevar", Offenbach pronto se convirtió en favorito del publico.
Su aspecto físico acentuaba la broma. De poco más de metro y medio de altura y unos 45 kilos de peso, su aspecto fantasmagórico-brillantes ojos oscuros, nariz aguileña y cabello largo y ensortijado- sorprendía a los invitados y a los padres de su futura esposa, Herminie. Para conquistarla, Jacques accedió a convertirse al catolicismo a dar una serie de conciertos que tuvieran éxito. Cumplió ambos requisitos. Y su triunfal gira por Inglaterra, realizada en 1844, le aseguró una perdurable popularidad en aquel país.

La Opera Cómica de París

De vuelta a Francia, en busca de un empleo serio, Offenbach puso sitio a la Opera Cómica y visitó en repetidas ocasiones al director. Pero los círculos tradicionales de la música le rehuían por demasiado satírico, original y por no ser francés.
Después de la revolución de 1848 asumió el poder Luis Napoleón, un casi desconocido que había pasado la mayor parte de su vida en Suiza,Alemania e Italia y que más tarde sería Napoleón III.
Su presuntuosa corte sentía gran inclinación por la pompa imperial y la alegría de vivir, y París pasó a ser la capital mundial de las diversiones. La música de Offenbach, otro forastero, se identificaría con el brillante Segundo Imperio de Napoleón.
Offenbach dirigía ahora la orquesta de la Comedia Francesa y a menudo presentaba composiciones suyas. Entre los que aplaudían sus actuaciones, estaba el conde (luego Duque) de Morny, hermano del Emperador. Con el apoyo de Morny compró el Bouffes-Parisiens, un pequeño teatro junto al Palacio de la Industria, centro de la próxima Exposición Universal de 1855.

El puente Alexander III en París

Después de trabajar febrilmente para renovar el interior, Offenbach sólo disponía de tres semanas para componer, formar el elenco y ensayar su primer programa completo para el 5 de julio de 1855: un prólogo, una pantomina, una parodia operística y un apunte satírico. Algunos de los ingredientes -valses, canciones de amor, fragmentos de melodías sin estrenar- ya estaban listos. Pero Offenbach necesitaba un hábil artesano capaz de hilarlo todo con un argumento. Entonces oyó hablar de Ludovic Halévy, un joven dramaturgo fustrado. Offenbach corrió a la oficina del gobierno donde éste trabajaba y le explicó que debían ponerse a escribir inmediatamente. Halévy aceptó encantado y así nació una colaboración que duraría veinte años.
Los actores masculinos de Offebach eran de primera categoría, y sus divas estaban espléndidamente equipada tanto en lo que respecta a la voz como a otras cosas. Gracias en parte a Hortense Schneider, una bella pelirroja que fue la primera actriz, la ambiciosa obra de Offenbach El violín Mágico constituyó un éxito inmediato. A partir de entonces, el Bouffes estuvo lleno todas las noches.

Auguste Renoir (1841-1919) Le Moulin de la Galette
A continuación escuchamos la obertura de "Orfeo en los infiernos" por la Orquesta Sinfónica de Lima y una selección de obras de Jacques Offenbach. Cantan José Carreras, René Kollo, Régine Crespin y Ann Sofie von Otter.


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