18 diciembre 2009

Johann Strauss: Die Fledermaus ( 1 )


Johann Strauss II era el rey indiscutible de la música de baile en la corte vienesa del Emperador Francisco José. A pesar de su gran popularidad como compositor de valses no se había sentido nunca inclinado a la creación de una obra para la escena. Según parece, fue Jacques Offenbach, alemán de nacimiento y afincado en París como señor de la opereta francesa, quien durante una visita a Viena en 1865, recomendó a Strauss hijo que se dedicara a la composición de operetas.

Los teatros autriacos, cansados de depender de las comedias musicales importadas de Francia cuyos derechos a pagar eran enormes, requerían con urgencia que un compositor de Austria dedicara sus esfuerzos a la escena lírica ligera. Pero fue la primera esposa de Strauss, la mezzosoprano Henrietta "Jetty" Treffz quién, con evidente instinto comercial, convenció finalmente al músico de lo provechoso del asunto.



Su primera opereta fue Die Lustigen Weiber von Wien (Las alegres comadres de Viena) escrita en 1868 y que no llegó a estrenarse. Más adelante compuso Indigo und die vierzig Räuber (Índigo y los cuarenta ladrones, (sobre temas orientales de Las mil y una noches) y Der Karneval in Rom (Carnaval en Roma) que se estrenaron con cierto éxito en 1871 y 1873 respectivamente.

El libreto de Die Fledermaus (El murciélago) fue redactado por Carl Haffner y Richard Genée sobre dos fuentes, un exitoso vodevil francés de Henri Meilhac y Ludovic Halévy, frecuentes libretistas de Offenbahc, titulado Le Réveillion (La Nochebuena) y por otro una obra de teatro alemana, Das Gefàngnis (La prisión) de Julius Roderich Benedix.

El director del famoso Teather an der Wien, el húngaro Max Steiner, había adquirido los derechos de la obra francesa por una considerable suma de dinero, sin ocurrírsele que tal vez el Arzobispo de Viena pondría reparos a que se escenificara una comedia en la que se celebraba un extravagante baile en Nochebuena, víspera de la Natividad del Señor. El editor Gustav Lewy, amigo de Steiner, aconsejó: "Cambia la acción a cualquier otro día del año y dale el libreto a Strauss". Se hizo de esta manera y el compositor quedó entusiasmado con el texto. La historia, probablemente apócrifa, cuenta que bastaron seis semanas de retiro en su casa de las afueras de la ciudad, para que Strauss concluyera la partitura de la que habría de ser su obra más importante.


Die Fledermaus (El Murciélago) se estrenó triunfalmente el 5 de Abril de 1874, en el famoso Teather an der Wien, donde también habían estrenado obras Beethoven y Schubert.
Ciertamente el texto es de una calidad deslumbrante para el género, y bajo la pátina superficial del entretenimiento ligero y alegre podemos descubrir todo un comentario crítico con la alta burguesía de la época.
Resulta sorprendente que, mientras en otros países los tiempos se rigieran por un estricto código moral en lo que respecta a los roles sociaes y sexuales, la corte vienesa permitiera la exhibición pública de una comedia en la que se celebra de manera tan abierta la libertad sexual "Chacun à son goût!", los entretenimientos lúdicos, la "bella chispa divina" del alcohol y la "joie de vivre". Es escasamente imaginable que una obra semejante, a no ser que se hubiera tamizado hasta lo irreconocible en la censura, se representara, por ejemplo, en la contemporánea Inglaterra de la reina Victoria o en la España de la Restauración.

Para empezar, Rosalinde, en apariencia la abnegada esposa de Gabriel von Eisenstein, ofrece tan sólo una débil resistencia a la tentación de Alfred, su antiguo pretendiente, que sabe derretirla con el solo timbre de su voz. Aunque con tal de guardar las apariencias no tiene reparo en instarle a hacerse pasar por su marido cuando el director de la prisión, Frank, les sorprende en pleno tête-à-tête, en el momento en que viene a llevarse a Eisenstein para que cumpla su arresto de ocho días por desacato a la autoridad.

Eisenstein, por su parte, es un conocido juerguista que alardea tranquilamente ante sus amistades de las innumerables conquistas (ciertas o nó)) que su infalible talismán -su reloj musical de bolsillo- le ha propiciado. Pero sus chanzas le van a costar caras, y su amigo el socarrón Dr. Falke planea su venganza por la ocasión en que, regresando de una correría carnavalesca, Eisenstein vestido de mariposa y él de murciélago, lo dejó abandonado por la mañana medio borracho en medio del campo, teniendo que buscar el camino a casa a pleno día agitando las alas postizas por toda la ciudad, sufriendo las burlas de chiquilos y paseantes.

Para llevar a cabo la "venganza del murciélago", Falke reunirá en casa del príncipe Orlofsky a Frank el director de la prisión donde Eisenstein debía haber ingresado a cáusa de un incidente, a Adele la doncella de su casa y como guinda al pastel a su propia esposa, Rosalinde, que con una máscara se hace pasar por una enigmática condesa húngara y con la cual Eisenstein, sin reconocerla, flirtéa toda la noche.



La fiesta del segundo acto ocupa un espacio central en la obra en el que todo se torna apariencia y todo puede suceder. Eisenstein es el marqués Renard, el director Frank es el caballero Chagrin ¡gran ironía!, Adele se transforma en la glamurosa señorita Olga y Rosalinde engaña a todos con su máscara. La fiesta se celebra en casa del príncipe Orlofsky, una suerte de play boy pionero, un noble joven y rico que se aburre con sus millones y ha olvidado cómo réir.

El plan del Dr. Falke, empapado en el alegre champán , "el rey de los vinos", y arrebatado por la confusión del baile, culminará con éxito absoluto a la mañana siguiente en la prisión, donde todas las apariencias -o casi - se disolverán en una escena colectiva de reconocimiento. Eisenstein, que se había hecho pasar por el abogado Blind para interrogar a su propia esposa y al tenor Alfred, a quien cree su amante -¡qué irónico que el adúltero se enfurezca porque le paguen en su misma moneda!-, tendrá que cumplir sus ocho días en prisión: la venganza del murciélago se ha llevado a feliz término.

La música es tan deslumbrante como el texto, si no más, y resulta de una alegría chispeante desde la misma obertura, conocidísima pieza tocada con frecuencia en concierto, que recoge los temas musicales fundamentales del resto de la obra. Estos, evidentemente, están inspirados en el mundo de los valses, las polkas y la música ligera. (Continúa)

Obertura de "Die Fledermaus". Orquesta Filarmónica de Viena. Director Herbert von Karajan 1987

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