13 febrero 2010

Chopín, Poeta del piano ( 3 )

Chopín, retrato de Ary Scheffer

A principios de verano de 1831 llegaba Chopín a la acogedora capital de Francia "de paso para Inglaterra", según anotó en el libro registro de una casa de huéspedes del Poissonnière. París vivía entonces en una contínua fiebre de revoluciones y contrarevoluciones. Las calles de la capital presenciaban cada día algaradas que respondían a mil diversas causas. La vorágine de sus bulevares arrastraba multitudes de refugiados de todos los países europeos.
Chopín que en su modesta pensión se mantenía al margen de todas esta manifestaciones puramente políticas, tuvo la feliz coincidencia de encontrar en la misma pensión a otros refugiados polacos. Estos le proporcionaron múltiples relaciones y así fue como, en lugar de quedarse en París por un breve descanso, pasó a tener una residencia constante en esta ciudad, que al final había de absorver todas sus actividades artísticas.
Chopín confesó que al principio no le gustaba aquella vorágine constante que, según propia expresión, le parecía de un nivel vulgarísimo. Echaba de menos el señorío y la espiritualidad de la capital de su patria.


Boulevard Poissonnière, por Dagnan (1834)

Entretanto, las tropas rusas anegaban en sangre polaca los intentos de los patriotas de todas las clases sociales, que se habían unido para deshacerse de su poderoso opresor. La madre de Chopín le había notificado la muerte de su hermana pequeña, Emilia, la que se parecía más a él en lo físico y en sus sentimientos íntimos de amor a la música; le había rogado que, sobre todo, no volviera a su patria, pues no ignoraba que los patriotas polacos se organizaban en el extranjero, y se unían en grupos para formar unidades de combatientes de resistencia. Pero ésta era cada vez más débil, y los que quedaban con vida huían al extranjero valiéndose de todos los medios.
Chopín pudo por fin localizar a un íntimo amigo de su infancia y condiscípulo que le puso al corriente de las noticias de última hora: los sangrientos sucesos y el aplastamiento de la insurrección por las crueles tropas del Zar.

Desechada toda esperanza -al menos por el momento- por parte de Chopín y sus leales compatriotas,, dedicose con todo ahinco a desarrollar su arte, con el consuelo de difundir por todo el mundo las melodías y las danzas de su desgraciada Polonia. Y a fe que lo consiguió con creces. Su antiguo amigo y condiscípulo Tito Wayciecchouski le presentó a otros compatriotas polacos refugiados en París, y poco a poco fue ensanchándose el número de relaciones, hasta el punto de que, muchas veces, en sus largas veladas, le parecía encontrarse en su patria.
Pero el colmo de la sorpresa fue cuando, saliendo un día de un café de Montmartre, se encontró de sopetón con el príncipe polaco Radziwill, antiguo amigo de su familia, que sentía por Chopín una estimación y admiración tan grande como la que le tenía el músico. El paso que dio Chopín por mediación de este príncipe, fue su consagración y la causa definitiva que le obligó a demorar su estancia en París para siempre.



Cuadro de Camille Pissarro. Al fondo la Opera Garnier

Frecuentaba el príncipe Radziwill la morada y las veladas del multimillonario judío Rotschild en cuyo salón tenían lugar las reuniones más importantes de aquel París romántico del mil ochocientos. El potentado Rotschild, que ya había oído hablar vagamente del joven artista polaco, tomó con muchísimo interés la idea de organizar en sus brillantes salones un gran concierto para que Chopín fuese escuchado por la alta sociedad parisiense, y quedó concertada para pocos días después la velada de presentación del joven pianista.

El palacio del rico banquero judío era una verdadera maravilla, y cuando se anunciaba alguna de sus famosas veladas, no podía faltar nadie que sobresaliera un poco en cualquiera de las bellas artes, la política o la literatura.
Entre los caballeros que la fama había reunido en aquellas sesiones memorables, estaba el entonces famoso pianista alemán Karl Brenner; en otro ángulo del salón, el famoso compositor y director de orquesta Mendelssohn, que había oído a Chopín en algunas de sus cortas excursiones artísticas por Alemania, se deshacía en elogios del joven polaco como intérprete del piano y como compositor, asegurando a sus contertulios que se encontrarían con uno de los mejores compositores de Europa, a pesar de su juventud.
Otro joven imberbe, moreno y ya famoso en el mundo de la ópera departía con un grupo de bellas muchachas. Bellini -tal era su nombre- les decía: "Si habeis podido comprender y aplaudir las arias de mi ópera La Sonnambula, podréis apreciar fácilmente las interpretaciones y las obras originales de este joven polaco, que la fama ha hecho llegar hasta nosotros desde tan lejos". Estaban también presentes el violinista Beriot, así como toda la distinguida familia Pleyel, fabicantes de pianos.


Chopín toca el piano ante la familia Radziwill (1829). Oleo de Hendryk Siemiradzki

De pronto hízose un profundo silencio, y Chopín acompañado por un familiar del Mecenas de aquella noche, se dirigió sin ninguna ostentación al magnífico piano de cola. Como al sentarse demostrara el joven polaco cierta turbación -como si estuviera deslumbrado por la riqueza y elegancia de aquella concurrencia- Bellini se le acercó cariñosamente, diciéndole al oído: "Podeis tocar con absoluta naturalidad, pues no estais entre extraños, sino entre amigos ávidos de escucharos y aplaudiros".

Puesto ya en la ineludible necesidad de empezar su concierto, y temiendo que si tocaba obras suyas, no serían de momento del todo comprendidas, empezó con un concierto de Móscheles, el gran amigo de Beethoven. Después tocó unas variaciones suyas sobre un tema del Don Juan, preciosa colección que arrancó fervientes aplausos por su belleza e impecable ejecución. Mientras duraba el recital, el príncipe Radziwill se acercó a Chopín y le dijo unas palabras, pidiéndole que tocase fuera de programa la "Krakoviat", brillante fantasía que Chopín había compuesto sobre el himno nacional de Polonia.
Una emoción indscriptible se apoderó del joven pianista. Por unos segundos palideció, pero pronto se recuperó y templó sus nervios; irguió su cabeza con orgullo pensando en su amada Polonia, y atacó con ardor los primeros compases de su emocionante composición. Las estrofas de su himno patriótico fueron sucediéndose con creciente brillantez. Una fuerza heróica daba alas a sus manos. La emoción corría a raudales por el salón, los refugiados polacos lloraban, las señoras y muchachas sacaban furtivamente sus pañuelos bordados y disimuladamente se los llevaban a los ojos para ahogar una emoción sentimental; los caballeros escuchaban embelesados; hasta que el joven polaco, con un movimiento enérgico y brillante, cerró su emocionante interpretación con el glorioso acorde final.

Siguieron unos instantes de silencio sepulcral, de calma precursora de la tempestad, pues al unísono, todo el brillante público que tuvo la dicha de asistir a esta reunión prorumpió en alaridos de entusiasmo y ardor. Las muchachas aplaudían con entusiasmo, las señoras continuaban enjuagàndoses sus lágrimas mezcladas con risas de júbilo y todos rodeaban al joven pianista para felicitarle con entusiasmo.
El príncipe que con tanto acierto acompañara a Chopín a casa del potentado israelita, gritaba mientras le abrazaba: "¡Viva Polonia! Polonia es imortal, y hoy, con tu música, ha triunfado ruidosamente en París".

Un piano donde tocó Chopín

A raíz de la memorable sesión celebrada en casa de Rotschild, Chopín se encumbró rápidamente. A los pocos meses se le había desvanecido sensiblemente el mal efecto que le causara el París de sus primeros días, con sus multitudes vocingleras y sus ruidosos movimientos políticos. Dio algunos conciertos con gran éxito en las Salas de la capital, trabó amistad verdadera y efectiva con Bellini, con Mendelssohn y con el coloso del piano de aquellos tiempos, Franz Liszt. Los tres le fueron siempre fieles, apreciaban sus dotes de compositor romántico sin par y también sabían valorar sus geniales interpretaciones. El resultado normal de todas sus actividades artísticas y trabajo constante así como de su agradeble trato realzado por su gentil y pulcra figura, fue su afianzamiento económico.
El fabricante de pianos Pleyel y su distinguida familia, que lo tuvieron siempre entre sus íntimas amistades, le obsequiaron con un precioso piano de cola. Las muchachas más bellas y aristocráticas solicitaron sus lecciones, que pagaban a precios que ningún profesos hubiera osado pedir.



Federico Chopín, Concierto piano y orquesta nº 1. Yundi Li, piano

No hay comentarios: