01 febrero 2010

Chopín, Poeta del piano ( 5 )



Vuelto otra vez a París y normalizada temporalmente su actividad de profesor y compositor, tocó otra vez en casa Rotschild. Se le invitó también al palacio de los príncipes Cravtorinski, así como a la espléndida mansión de los condes de Korman. Chopín se dejó oir en otras mansiones de grandeza y elegancia, siendo en todas ellas el ídolo del elemento femenino. En pleno siglo romántico, con sus bellos sueños de arte y fantasía, ¡cuántas bellas muchachas aspiraban a una palabra cariñosa del noble artista y cuántas hubieran aceptado, incluso entre la rancia aristocracia, la suerte que despreció el padre de la condesita Wodzinska!.
A esta época pertenecen los maravillosos Valses, los románticos Nocturnos, las airosas Mazurkas y los geniales "Scherzos". También escribió pequeñas piezas, no tan numerosas pero no menos inspiradas: la "Berceuse", la "Barcarola", las Escocesas, los "Impromtu" y "Fantasías", nos dicen de la prodigiosa actividad de Chopín, mientras la vida no le sonreía con verdadero amor y la terrile enfermedad causaba en él verdaderos estragos.
Mucho se ha fantaseado con repecto a la vida privada de Chopín. Se ha llegado a afirmar que no era del todo regular e incluso un poco escabrosa. Pero a sus detractores se les puede objetar la sabia sentencia que nunca ha sido desmentida: Al hombre, como al árbol, se le conoce por sus frutos; llámese escritor, novelista, pintor, poeta, músico o escultor.
El famoso cuadro de Delacroix con George Sand y Chopín
La totalidad de la producción musical de Chopín es de una distinción, una pureza de estilo y una elevación, que nada hay más lejos de ella que la ordinariez, el sentimentalismo bastardo y todo lo que significa mal gusto.Todo es ideal y de una espiritualidad ejemplar. ¿Qué tiene de particular que un hombre célebre y consciente de su valer, una vez desengañado de su ilusión y profundo amor por María Wodzinska, iniciase otros idilios más o menos largos con muchachas parisienses que le admiraban y de buena gana hubieran juntado su destino al de aquel artista que sonreía de gloria?. ¿Que alguna veces, terminado su trabajo, invitado por sus amigos polacos, fuera a terminar su velada en alguno de los cafetines de Montmartre?; todo eso, para Chopín, era meramente superficial. Muchas veces, mientras tomaba un café, se quedaba absorto mirando indesiso a algún rincón, y sus amigos ya sabían que era la señal evidente de que una nueva melodía o un nuevo ritmo iba tomando cuerpo en su cerebro.

En una de las periódicas reuniones que tenían lugar en los salones antes mencionados, una mujer de más edad que él, de cabellos negros peinados hacia atrás y de ojos ardientes no cesaba de mirarle. Era una mujer célebre por sus letras, divorciada, con dos hijos, que firmaba con el seudónimo masculino de Jorge Sand.

Se hizo presentar a nuestro artista y después de las felicitaciones y adjetivos encomiásticos de rigor, quedaron en que Chopín tocaría para sus amistades en el suntuoso salón de una magnífica quinta que ella poseía en los arrabales de París.
Jorge Sand (su nombre verdadero era Aurora Dupín) era uno de esos seres absorventes tan en boga en la era romántica de París. Por su casa pasaban los escritores, los pintores y los músicos de fama de aquella ciudad; allí acudían todos los que querían ser algo en el arte de las ciencias o en las letras. Chopín, ave sin rumbo, falto de salud, con la muerte en el alma y viviendo prácticamente solo con sus sentimentos, fue a caer, como tantos otros, en la órbita de esta mujer ambiciosa, seductora e inteligente. Se dejó llevar por las iniciativas de esta mujer, cuyos cuidados por el músico enfermo no dejaban de ser notablemente sinceros.
Los médicos de Chopín le habían recomendado encarecidamente que descansara una larga temporada en algún lugar del sur de Europa. Y entonces surgió el conocido episodio de Mallorca. Jorge Sand y Chopín, con los dos hijos de la célebre escritora, emprendieron el viaje hacia la Isla Dorada.
Conocidos son los pormenores de su viaje a Mallorca, pasando por Barcelona. Jorge Sand, en su libro "Un invierno en Mallorca" arremete sin compasión ni consideración alguna contra los pacíficos isleños y contra sus costumbres. Que algunos turistas actuales usen trajes exóticos y raros y que las muchachas usen vestidos masculinos, no escandalizan ciertamente a nadie en nuestros tiempos modernos y dinámicos. Pero que más de ciento cincuenta años atrás, una mujer vestida con el atuendo masculino, acompañada de un artista tuberculoso y dos mozalbetes, quisiera que las cosas se le solucionaran con toda naturalidad, es pedir peras al olmo. Los aldeanos de cualquier lugar suelen recelar de forasteros o extranjeros a quienes no conocen. Jorge Sand que había viajado mucho, no podía ignorarlo. Si esperaba la comprensión y el apoyo de los mallorquines, lo primero que debió hacer fue presentarse de una manera normal, sin atuendos extraños, y ganarse con amabilidad y paciencia la voluntad de aquellos buenos provincianos, sin ridiculizar sus sentimientos religiosos y sus ancestales costumbres, siempre queridas y respetadas.
A pesar de todo Chopín mostró unas cartas de recomendación de españoles residentes en París, y por fin pudieron encontrar unas habitaciones en las antiguas celdas de la Cartuja de Valldemosa. Instalados en la famosa Cartuja, pudo el ilustre enfermo gozar de unos días de sol y tranquilidad que tanta falta le hacían. Y a fe que no fueron desaprovechados.


Dos fotografías de La Carruja de Valldemosa en Mallorca, donde está vivo el recuerdo de la estancia de Chopín

Allí compuso la mayoría de sus preciosos Preludios. Un crítico musical dijo que aunque Chopín no hubiera escrito más que estos preludios, su fama estaría tan justificada como ahora. También escribió en estos días apacibles su segunda Balada, basada en una leyenda de su país.
Su salud, a pesar de los desvelos de sus amigos, no mejoraba.(Más adelante el tiempo empeoró, resultando un invierno lluvioso y desapacible). Chopín encontraba a faltar la compañía y el cariño de sus compatriotas de la capital francesa y ante el resultado negativo de la excursión, emprendieron el regreso a París.
El viaje en un mal buque que hizo Chopín hasta Barcelona, agravado por el mal tiempo y las pocas comodidades, le provocaron un vómito de sangre que requirió un cierto cuidado a su llegada a la ciudad condal. Poco tiempo despues, por fin, pudo abrazar a sus amigos de París. Otra vez en la capital francesa, reanudó el eminente pianista sus actividades musicales, no sin sufrir por las noches alarmantes alucinaciones que acababan de minar aquella naturaleza enferma.

(La relación de George Sand y Chopín comenzó a enfriarse a partir de 1845. Después de casi diez años, Chopín dejó de verla y hablarle y vivió solo sus últimos tiempos).

Todavía dio unos pocos conciertos en Londres, pero con una debilidad tan creciente que fue preciso llegar a un acuerdo con los empresarios, quedando en que solamente tocaría una parte del concierto. Pero en una de estas audiciones, volvió a tener un vómito. A su regreso a París enfermó todavía más. Si fuéramos siguiendo la vida de Chopín desde que partió de Mallorca, veríamos que es una lucha constante y desigual con la terrible enfemedad; pasan semanas, meses de fatiga, alivios no muy prolongados, desalientos, esperanzas, decaimientos, apasionados deseos de vivir...
Todavía tuvo arrestos para componer una de sus piezas más características. Hallábanse en el salón de su casa algunos amigos que no le abandonaban en ningún momento, escuchando religiosamente unas inspiradas melodías que iban enlazando con el ritmo de la Polonesa. Cuando más atentos estaban escuchando, paró inopinadamente y se presentó ante ellos, pálido, sudoroso y desencajado. Al preguntarle solícitos qué quería o qué le sucedía, Chopín se pasó una mano esquelética por la frente y respirando trabajosamente, les dijo: "Estaba improvisando una Polonesa, cuando he visto aparecer por la izquierda de mi piano un cortejo de nobles caballeros y guerreros de mi patria, tiempo ha desaparecidos, que me han llenado de espanto". Así vio la luz su famosa "Polonesa en La bemol".

Los últimos meses, las últimas semanas y días, según testifica Liszt en su libro "Chopín", fueron particularmente dolorosos. No era un enfermo que acabara sus últimos alientos, sino una vida que quería subsistir y que se iba acortando atrozmente.
Los últimos días, sobre todo, fueron en extremo tristes y emocionantes, ya que coincidió con la llegada a París de personas amigas de su infancia, entre ellas su hermana, a quien quería entrañablemente.
Según Liszt y todos sus demás biógrafos, Chopín murió en plena lucidez. Le asistió un sacerdote polaco, el padre Jelowski. Momentos antes de su muerte pidió que le acercaran el piano y rogó a una cantante amiga que se encontraba presente que cantara una plegaria a la Virgen de Stradella. Obedeció la amiga, teniendo que cantar entre sollozos.
Cuando terminó, Chopín hizo ademán de darle las gracias, volvió la cabeza y ya no se movió. Era el día 17 de octubre de 1849.
Al día siguiente, a las doce, se celebraron solemnísimos funerales en la famosa iglesia La Magdalena, con el templo abarrotado. Se cantó, a petición del mismo Chopín, el "Requiem" de Mozart de quien había sido siempre un ferviente admirador.
Una orquesta, durante la conducción del cadáver a la Iglesia, ejecutó una célebre marcha fúnebre que arrancaba lágrimas a todos sus amigos. Así terminó aquella vida gloriosa y doliente del más gentil e ilustre de los artistas del romanticismo.
Sus notas han adquirido una resonancia universal que no apaga el trancurso monótono de los años. Y, para demostrarlo, ahí están los ramilletes de flores frescas que día tras día van perfumando su modesta tumba del cementerio Père Lachaise.

Aquí termina esta beve, pero emotiva, biografía que acerca de Chopín escribió Josep Mª Roma i Roig.


Monumento Chopín en Varsovia

Frédéric Chopín, Concierto nº 2 para Piano y orquesta. Evgeny Kissin, piano.

No hay comentarios: