03 mayo 2010

Chopin: Mazurkas


Antes de Chopín ya había polonesas y mazurkas, y algunas también después de él, pero mencionar cualquiera de las dos es evocar una imagen de expresión al mismo tiempo brillante e introspectiva, caprichosa y desafiante, abierta y retraída. Juntas, constituyen una especie de cosmos tonal, en el que algunos detalles rítmicos característicos se manejan con infinita maestría.

No esta exento de razón James G. Huneker cuando se refirió a una de las mazurkas como "una anécdota danzante", y, refiriéndose a toda la serie, dijo: "Algunas bailan con el corazón, otras con los talones". Ni tampoco es extraño que uno piense en las mazurkas como variaciones de un problema fundamental en medio centenar de formas: existen en realidad, más de medio centenar de ellas.
Para comprender el entramado mental dentro del cual Chopín desarrolla estas obras, debería saberse algo de las costumbres y maneras que regían en aquella época, en lo concerniente al baile de la mazurka en Polonia. De hecho, fue una creación de la provincia de Mazovia, donde naciera Chopín, aunque bien acogida con bastante anterioridad a su tiempo, en la comunidad eslava generalmente. Es un baile de encuentro y separación, donde las parejas trazan un curso prescrito de intercambio y vuelta. Y si se tiene ganas y la pareja congenia, una simple mazurka puede prolongarse durante una hora.


Una de las descripciones más evocadoras de la mazurka, en sus manifestaciones sociales, podemos encontrarla en la notable monografía sobre Chopín de su amigo, admirador y heredero Franz Liszt:

"Sólo en Polonia -escribe Liszt- es posible captar el arrogante, y al mismo tiempo, tierno y seductor, estilo de la mazurka; y para entender completamente la perfección con que la creación de Chopín se ajustaba a las diferentes emociones que consiguió desplegar en toda la magia de su colorido, es necesario haber visto este baile interpretado en su suelo nativo".
"El caballero que siempre es elegido por la dama, la toma en sus brazos, como una conquista de la que se siente orgulloso, y procura descubrir su encanto ante la admiración de todos sus rivales antes de hacerla girar en un abrazo ardiente y transportado, a través de cuya ternura, la desafiante expresión del caballero, en su indiscutible victoria, aún resplandece...

Hay pocas escenas que sean más deliciosas de ver que un baile de gala en Polonia. Cuando la mazurka ha comenzado, la atención no se distrae con una multitud de bailarines que se empujan unos a otros, sin gracia ni orden, sino que, en su lugar, queda fascinada por una pareja de igual belleza que, como artistas gemelos, se lanzan a la pista de baile con libertad de espacio y movimiento. El caballero acentúa sus pasos como orgulloso de su desafío, deja a su compañera por un momento como si la contemplara con renovada delicia, y luego vuelve a unirse a ella con apasionado ardor, o gira a su alrededor con rapidez, como vencido por una repentina alegría y rindiéndose al delicios vértigo de su éxtasis".

"A veces dos parejas empiezan al mismo tiempo, tras lo cual puede entrar en escena un tercer caballero, que hace sonar las palmas y reclama a una de las bellas damas por compañera. Las reinas del festival son, a su vez, reclamadas por los caballeros más brillantes, quienes celosamente aspiran al honor de conducirlas enlazadas a través del delicioso torbellino de las danzas".


Sin embargo, la mazurka estaba muy lejos de ser una mera exibición de la habilidad o compenetración de una pareja.
Huneker ofrece el informe de otro testigo ocular de la mazurka; esta vez se trata de un visitante inglés que llegó al San Petersburgo de la Primera Guerra Mundial, quien quedaría hechizado por -según sus propias palabras- "la rapidez con que las parejas se precipitan hacia delante, el tintineo de las espuelas al chocar los talones en el aire, marcando el staccato de la música el sordo golpear de las botas en el suelo, seguido de su sibilante deslizamiento por el suelo encerado, luego los rápidos saltos y los repentinos brincos, los giros remolineantes y las vertiginosas evoluciones, las graciosas genuflexiones y los enloquecedores movimientos..."

Una descripción más positiva, pero no menos brillante y colorida de la mazurka, la encontramos en el "Federico Chopín" del Dr. E.W. Schallenberg, en la excelente serie de libros de Sinfonía, editados por la Continental Book Company de Estocolmo.

"Comienza con una procesión, como la polonesa, pero a un ritmo más rápido, en la que los bailarines realizan pases deslizantes y golpean el suelo con los pies; en la segunda fase, se divide en parejas, que bailan juntas durante una hora o más antes de que la procesión o desfile vuelva a formarse al final. Los solos de baile eran de principal importancia; aquí los bailarines sacaban a relucir su amor propio y aquí se realizaban los innumerables pequeños dramas que deleitan a Chopín: "où l'amour se méle aux douleurs de la patrie" (donde se mezclan el amor y la melancolía de la tierra natal)".


Así pues, se puede comprender facilmente que lo que menos le preocupaba a Chopín era una pieza de baile, (aunque algunas tengan tales alicientes para la coreografía que han formado parte de ballets chopinianos: Las Sílfides, La noche encantada, etc.), sino más bien una pieza sobre bailarines. Es la poesía del corazón más que la poesía del movimiento lo que Chopín se ha esforzado por conseguir, aunque, huelga decirlo, todo el ímpetu, toda la sugestión, todos los matices del baile son parte del vocabulario que utiliza.

Una parte aún más importante de esta totalidad la forman el refinamiento y la sutileza de los procesos mentales de Chopín, en los que ni una nota de un acorde se incluye o se omite impensadamente, donde cualquier accidente de una voz interior ensombrece levemente el significado dado por el compositor, donde cada repetición y su variado nuevo final es una parte pre-ordenada del efecto deseado. Es difícil decir que sería peor: si omitir una repetición o incluir una que no fuese indicada. Ningún intérprete consciente consideraría ni la una ni la otra.

Finalmente, a través de las mazurkas y de las polonesas, notamos cómo corre la sangre vital del nacionalismo polaco que diera un significado político, al igual que estético, a la música de Chopín. Esta es una música de salón, al mismo tiempo que patriótica; si al oirla captamos la brillantez de la sala de baile, también recordamos la rudeza de la taberna de pueblo, con un bajo apagado de fondo perfectamente audible.
En las mazurkas y en las polonesas, Chopín se porta decididamente como el "ingenioso contrabandista" que permitía al prohibido polonismo escapar a través de la frontera, oculto en el portafolios de música, y llevar a los desperdigados y sufrientes polacos el reconfortante espíritu de su nacionalismo.



En el primer vídeo podemos escuchar algunas mazurkas, y en el segundo la obra completa




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