20 noviembre 2008

Franz Joseph Haydn ( 2 )


A la muerte del príncipe Paul Anton, en 1762, le sucedió su hermano, el príncipe Nicolaus "el Magnífico". Militar y mecenas, Nicolaus era también excelente músico y Haydn sería su fiel servidor durante los veintiocho años siguientes. Al poco tiempo, Nicolaus se hizo edificar un suntuoso palacio al que llamó Esterháza, que incluía un teatro de ópera con cuatrocientas butacas además de curiosidades tales como un sillón que, al sentarse una persona en él, emitía un solo de flauta. Sin embargo, para los músicos, la vida en la aislada y pantanosa región donde se hallaba el palacio, muy lejos de Viena, resultaba a veces intolerable, sobre todo porque el príncipe Nicolaus residía allí hasta once meses al año.
En cierta ocasión, los músicos, hartos de los interminables días en Esterháza, rogaron a Haydn que consiguiera sacarlos de allí. En vez de formular su queja directamente, el compositor se puso a escribir una de sus mejores sinfonías, la número 43 "La Despedida".
El movimiento final se iniciaba en la forma acostumbrada, pero iba disminuyendo paulativamente de volumen. Uno por uno, los músicos finalizaban su parte, apagaban la vela que iluminaba su atril y se marchaban, hasta sólo quedaron un violinista y el propio Haydn, éste sentado al clavicordio. La intención de la obra no escapó al príncipe Nicolaus, quien, al día siguiente cerró el palacio y todo el mundo partió hacia Viena y hacia la civilizazion... por un mes.

Un salón del palacio Esterházy.

Muchas y diversas fueron las obras compuestas por Haydn durante los años que pasó en Esterháza. De su pluma salían, sin órden establecido, óperas, sinfonías, conciertos, sonatas, tríos, cuartetos y divertimentos, todo ello producto de una singular combinación de disciplina e inspiración. Todas las mañanas, el músico se dedicaba a componer durante varias horas antes de acometer sus tareas cotidianas. A cierto visitante le describió así su actitud hacia el trabajo: Me levanto a hora temprana y me arrodillo para rogar a Dios y a la Santísima Virgen que me concedan de nuevo un día fructífero.
Su constante atracción por la novedad contribuyó en gran medida a dar forma al estilo que historiadores posteriores bautizarían con el nombre de "Clásico". El clasicismo, que se distingue por su claridad, brillantez y profundo pero disciplinado sentimiento introdujo dos formas instrumentales que tendrían enorme influencia en el futuro de la música: la sinfonía, pieza para orquesta constituída por cuatro tiempos relacionados entre sí, y la sonata, es decir, el desarrollo de un movimiento determinado. Si bien la sonata ha sufrido gran número de alteraciones o se ha visto desdeñada en parte por la música moderna, el principio que la constituye -exposición, desarrollo y resolución- continúa siendo, como en los días en que Haydn la configuró, vital y flexible elemento de la composición musical.
La mejor música de Haydn abunda en efectos: bruscos cambios de tono, ritmos asimétricos y pausas repentinas. Sus sinfonías estallan de pronto con sonoros cuernos y raudas cuerdas. Lo mismo iniciaba una obra, contrariamente a la tradición, con un movimiento lento, que reintroducía inesperadamente, en medio del movimiento final, un minué de tres movimientos o componía un tiempo sinfónico basándose en un antiguo canto gregoriano.


En el decenio de 1770, la vida de Haydn se asentó en una apacible rutina dedicada a la composición y a dirigir las actividades musicales de Esterháza. Durante una visita que hizo al palacio la emperatriz María Teresa (ya anciana entonces), la soberana escuchó con deleite la sinfonía nº 48, llamada con su mismo nombre y dos óperas que Haydn había escrito para tal ocasión. El compositor, a su vez, se complació en recordar a Su Majestad que cuando él formaba parte del coro de palacio, ésta había ordenado que le propinaran una azotaina por haberse encaramado a unos andamios del palacio de Schönbrunn. Pero, mi buen Haydn, ya veis que excelentes frutos ha dado aquella azotaina...replicó Su Majestad, quien le regaló una caja de rapé, de oro, repleta de ducados.
En la década de 1780, el ya anciano príncipe Nicolaus pasaba mucho más tiempo en Viena que antes, lo que permitía al compositor participar de la vida de sociedad de la capital austríaca. Por primera vez pudo disfrutar de la compañía de un compositor de su talla: Wolfgang Amadeus Mozart. En éste, que aún no tenía treinta años, , Haydn veía al hijo que siempre había anhelado tener. Mozart había estudiado la música de Haydn durante años. Había aprendido mucho de ella y quiso pagar su deuda con Franz Joseph dedicándoles una serie de seis cuartetos para cuerda: los Cuartetos Haydn.



Arriba, vista exterior de la casa de Haydn en Viena. En esta otra fotografía vemos el interior y el instrumento que tocaba el compositor.

Cerca ya de los sesenta años, Haydn empezó a acusar cierta fustración por su prolongada servidumbre en la casa Esterházy. Cuando el príncipe Nicolaus falleció en 1790, dejándole una generosa pensión, el compositor se apresuró a trasladarse a Viena. Allí un famoso empresario de conciertos londinense le invitó a visitar Inglaterra en condiciones en extremo ventajosas. Los amigos de Haydn le aconsejaron que no hiciera aquel viaje. Mozart le dijo: No hablais ni una palabra de ese idioma, a lo que Haydn replicó con orgullo: El mundo entero entiende mi lenguaje, y se puso en camino.
Inglaterra y Haydn se entendieron desde el primer momento. No obstante la adulación de que se le hizo objeto, Haydn no dejó de ser el hombre modesto que había sido siempre, dispuesto en todo momento a aprender de los demás. Una de las grandes revelaciones de su vida fue escuchar El Mesías de Haendel en la abadía de Westminster. Aquel conjunto de coros e instrumentos movió a Haydn a componer algo igualmente grandioso con que expresar su propia fe religiosa. El oratorio La Creación habría de ser el proyecto más importante de su vida musical y lo tuvo ocupado cerca de dos años. La obra fue presentada por primera vez en Viena, en abril de 1798, bajo la dirección del compositor y era tal la espectación popular, que un escuadrón de guardias debió mantener el orden a las puertas del salón de conciertos.

El magnífico Haydn Hall en Einsenstadt.
Al comienzo del nuevo siglo, el anciano compositor, cubierto ahora de títulos y honores, fue decayendo. Ya no le era posible trasladar al papel los sonidos que su mente imaginaba. Las ideas musicales me acosan hasta el extremo de constituir un tormento, le dijo a un amigo suyo. Dos meses después de haber cumplido 77 años, el 31 de mayo de 1809, murió.
Haydn fue enterrado a toda prisa en una Viena medio abandonada ante el bombardeo de los ejércitos de Napoleón que asediaban la ciudad. Pero dos semanas después, en los solemnes oficios fúnebres, invasores franceses y milicianos austríacos formaron una guardia de honor en torno al féretro del compositor, al tiempo que un conjunto de músicos hacía oír el Requiem de su difunto amigo Mozart.
Resulta paradójico que el respeto que mereciera en vida Haydn haya contribuido a menoscabar su reputación. Sus músicos solían llamarle Papá en muestra de sincero homenaje, pero este título indujo al público a imaginarse a Haydn como un viejo amable y bobalicón, dedicado a escribir montones de música alegre y fácil. Haydn y su música fueron, en realidad, mucho más contundentes y enriquecedores de lo que se piensa. Hasta mediados del siglo XX, momento en que se comenzaron a publicar y grabar muchas obras desconocidas del compositor-parte de su vasta producción-, no pudo apreciarse la extraordinaria profundidad musical y la inagotable inventiva del bondadoso Papá Haydn.



Los jardines del palacio Schönbrunn, en Viena.

A continuación podemos escuchar una selección de obras de Franz Joseph Haydn.

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