27 febrero 2010

Chopín, Poeta del piano (1 )


Federico Chopín, compositor y pianista polaco nació en 1810, hace doscientos años. Para recordarle, publicaremos en varias entradas un escrito que sobre él nos dejó Josep Mª Roma i Roig, compositor, pianista, organista y pedagogo catalán (1902-1981).

Si cualquiera que se encuentre en París toma el metro que le deja al pie del cementerio Père Lachaise, encontrará a la salida de la estación que lleva este nombre y en las bocacalles adjacentes un buen número de mujeres y muchachas de aspecto modesto que venden ramilletes de flores. Estas flores, estas violetas, las rosas, las margaritas, la mayoría van a adornar la tumba de Chopín.
El que escribe estas líneas ha visitado dos veces el sepulcro del famoso pianista. La primera vez, delante del pequeño relieve esculpido por Clessinger (yerno de George Sand) que representa a Chopín visto de perfil, había un precioso manojo de flores silvestres; la segunda vez, colgaba en la pequeña reja que protege el sepulcro una rosa hermosísima.


No podía hacer más que unos minutos que una mano piadosa la había colocado allí mientras musitaba una breve plegaria. Pocas biografías de Chopín silencian este detalle: el obsequio de flores frescas a la tumba del famoso músico polaco va sucediéndose día tras día y año tras año. Y es que Chopín es el músico del sentimento, como Wagner es el compositor de la pasión y Beethoven el genio de las multitudes.
Las personas que vibran por las pequeñas cosas de la vida, que se entusiasman contemplando una noche estrellada, que sufren por un ser amado o que gozan de la conversación con espíritus de fina sensibilidad, estas personas comprenden y viven la música de Chopín.
No deja de ser consolador el hecho registrado el año 1949, al celebrarse el primer centenario de la muerte del famoso músico. El mundo moderno, con sus máquinas, su industria, su preocupación por los problemas económicos y sociales y sobre todo por su aferrado materialismo, da la impresión de que ha dejado de ser romántico; lo que equivale a decir que ya no goza de las cosas amables y delicadas de la vida. Por eso, repetimos, fue consolador constatar el número interminable de conferencias, audiciones, conciertos y conmemoraciones que tuvieron lugar en honor y homenaje a Chopín.
Congratulémonos de que el mundo amigo de las artes y, en especial, de la música, haya contribuído a dar el relieve que merecen las composiciones de Chopín. Bajo el punto de vista objetivo, parece que no se trató de una vulgar y burocrática conmemoración cualquiera. Tuvo un especial carácter de emoción colectiva, con la esperanza de aquella saludable reacción por las manifestaciones del alma y de la belleza.


Retrato de un joven Chopín por Francesco Hayez

Chopín fue el poeta del piano. Se le da este nombre porque, a la alta calidad estética y musical de sus obras, une la circunstancia de haber escrito la totalidad de sus composiciones para este instrumento.
La copiosa y rica producción se compone de algunos conciertos para piano y orquesta, sonatas y canciones; pero lo que más abunda es el vals, la polonesa, la mazurca, el nocturno, el preludio, los célebres estudios de concierto y otras varias formas de composición, no tan numerosas pero de más calidad, como las baladas y los scherzos.

Hasta hace relativamente poco, las biografías de Chopín arrancaban de su llegada a París, casi un adolescente, de paso por la capital francesa para dar unos conciertos en Londres. Pero recientes gestiones y búsquedas sumamente laboriosas, han arrojado luz sobre su origen y, remontando su árbol genealógico, han aclarado por qué un nombre de fonética tan francesa, fuera polaco y en cierta manera el músico más representativo de esta nación.
Efectivamente, el padre de Chopín nació en Lorena, y Chopín, según los biógrafos, es la versión francesa de Srop, apellido del abuelo paterno. Este se estableció en Francia cuando Leozinski, monarca polaco dueño del ducado de Lorena, instaló allí su residencia.
Aclarado este pequeño detalle de su ascendencia, sabemos ya de cierto que Federico Chopín nació en un pueblo cercano a Varsovia. Su madre se llamaba Justina y su padre Nicolás. De este matrimonio nacieron, además de Federico, único varón, tres niñas más. La menor murió jovencita de la misma enfermedad que después se llevaría al padre y veintidós años más tarde al genial músico: la tuberculosis. Las otras dos hermanas de Chopín alcanzaron una edad más dilatada y ambas tuvieron una posición muy distinguida en la capital.

La casa natal de Chopín en Gelazowa Wola, cerca de Varsovia

Chopín nació el día 22 de febrero de 1810 (hay dudas sobre esa fecha y también se cita el 1 de marzo) y fue bautizado en el mismo templo en donde habían contraído matrimonio sus padres.
Aunque la niñez de Chopín transcurrió casi siempre en la capital de su patria, forzosamente tuvieron que impresionarle, durante las vacaciones pasadas en el campo, las danzas de los campesinos y las leyendas de las hadas, bosques y castillos a las que tan inclinada se siente el alma eslava.
Se da el caso que Chopín, que pasó lo mejor de su vida fuera de su patria, nunca se dejó llevar por las corrientes musicales y estéticas de los países que visitó. Ni siquiera claudicó ante las teorías y modismos que privaban entonces en la capital de Francia, convertida, aunque de una manera circunstancial,en su residencia y en su patria adoptiva; y aquí radica el secreto más admirable de su música que nunca dejó de ser auténticamente polaca.
En sus melodías, en la armonización de todas sus obras, se manifiestan las costumbres que, a través de mil guerras y circunstancias adversas, ha sabido guardar celosamente el pueblo polaco.


El palacio Lazienki en Varsovia

Las singulares aptitudes que mostraba Federico durante su niñez, inclinaron decisivamente a sus padres a procurarle serios estudios musicales. Le proporcionaron un buen preceptor en la persona de Elsner, un verdadero maestro que inculcó en su joven discípulo, además de una buena técnica pianística, un acendrado amor a la música polaca. Esto tuvo una enorme influencia para el joven artista, que al cabo de unos pocos años había de ser el músico más característico de su país.
Junto con Elsner, formaron un buen terceto de preceptores el eminente compositor, violinista y organista Kurpinski, y Apollinar Koutski, buen maestro aunque no buen compositor, que era el director del Conservatorio de Varsovia.
Aunque ya llevaba Chopín en su frágil naturaleza los gérmenes de la enfermedad que le condujo al sepulcro, no se puede decir que tuviera una infancia desgraciada. Al lado del amor y solicitud de sus padres, había el cariño que le demostraban sus hermanas Isabel, la mayor, y Luisa, que era la más próxima a su edad. Fue Luisa quien cerró los ojos de Chopín, presentándose en París pocas horas antes de su muerte. Emilia, la más joven, formaba, por decirlo así, un mundo aparte para el pequeño Chopín; murió de tuberculosis a una edad muy temprana y su fallecimiento causó al músico un dolor profundísimo.
Siendo ya Chopín un adolescente, pasaba algunas temporadas con su madre y hermanas en el palacio de la princesa Idalia, que gustaba de la buena música y vio en seguida en el joven unas aptitudes sobresalientes. Por mediación de esta princesa frecuentó lo más selecto de la sociedad polaca del momento. Aquella sociedad tuvo una influencia decisiva en el alma de Chopín; educado en un ambiente de fe católica y con un sentimiento patriótico exacerbado por la dura ocupación rusa, se avivaron las esencias radicales de su fantasía juvenil y fueron prodigiosa semilla que había de germinar al cabo de poco tiempo en forma de inspiradas melodías y ritmos caballerescos que son el espíritu de sus Nocturnos, Mazurkas, Polonesas, etc.
Corría el año 1825 cuando Chopín se dispuso a iniciar algunas giras artísticas.



Federico Chopín Andante Spianatto y Gran Polonesa Brillante. Yundi-Li, piano


20 febrero 2010

Chopin, Poeta del piano ( 2 )


Tres años más tarde, en 1828, protegido y animado por las excelentes amistades de su patria, se atrevió a presentarse en Berlín. De regreso pasó, siempre en gira de conciertos, por Praga, Breslau, Dresde y también por la célebre ciudad de su patria, Cracovia. En agosto de aquel mismo año fue a Viena dejándose oir con general aplauso, hasta el punto de que Hasslinger, gran editor de la capital del Danubio, publicó con éxito algunas de sus recientes composiciones. Tanto fue así, que instó y consiguió que Chopín diera un gran concierto con orquesta en el Teatro de la Opera.
El concierto fue un acontecimiento en la vida musical y artística de Viena, que ostentaba por aquel entonces el monopolio de la elegancia y el Arte. Chopín escribió a sus padres una carta llema de risueñas esperanzas, y comentaba el éxitodel concierto de la Opera con optimistas palabras.
"Me han aplaudido tanto, que en las Variaciones no podía oir los "tutti" de la orquesta, apagados por las ovaciones con que el público celebraba mis intervenciones al piano".
Alentados sus amigos por el éxito de este concierto, organizaron una segunda audición que alcanzó tanto éxito como la primera, artística y económicamente.


El Teatro de la Opera de Viena en 1830. En 1865 se construyó un nuevo y magnífico edificio.

Las elegantes señoras de los palcos comentaban la figura un poco escuálida y en extremo juvenil de Chopín. "Lástima -decían- que este muchacho no sea más robusto". Y era natural que hicieran esta observación, pues se ha de tener en cuenta que Chopín, entonces, no era más que un jovencito imberbe sin ninguna característica física que justificase aquella bravura y aquella genial interpretación que daba a sus obras. Existía el precedente de Listz, joven arrogante que demostraba una prueba y un dominio del piano verdaderamente deslumbrantes, así como Creuny, el pianista que interpretaba magistralmente a Bethoven, los dos en la plenitud de la vida.
Verdaderamente, es algo portentoso el caso de Chopín. Hojeando sus difíciles estudios de Concierto, sus brilantes Valses y sus espectaculares y caballerescas Polonesas, uno no sabe de dónde sacaba la fuerza y la virilidad aquel cuerpo enfermizo, de contextura tan fina y señorial, para dar aquellas sensacionales interpretaciones.
¿Quién no conoce aquella fogosa "Polonesa en La bemol", que con la mano izquierda imita la cabalería y la artillería de una singular batalla? Pues bien, esta pieza inmortal la compuso semanas antes de su muerte, cuando se había apoderado totalmente de él la traidora enfermedad y sufría por las noches espantosas alucinaciones que dejaban su pobre cuerpo hecho un esqueleto viviente.

Terminado su segundo concierto, regresó a su patria pasando por las ciudades antes mencionadas y por Tepliz, famosa estación termal y verdadera cita de reunión de gentes de alcurnia. No faltaban allí cabezas coronadas, diplomáticos, embajadores, príncipes, generales y potentados. No es necesario decir que Chopín fue, con su porte elegante y aristocráticas maneras, el ídolo de todas las reuniones.



Después de los saludos y cumplidos de rigor, sentábase delante del piano de cola y transcurrían velozmente las horas del brazo de las inspiradas composiciones del pianista.
Luego venía la "prueba" a que estaban sometidos todos los pianistas de aquella época. La cocurrencia escogía un tema para que el artista demostrase su imaginación y su habilidad por medio de inspiradas variaciones: "¡El Tema! ¡El Tema!", solía oirse de boca en boca; y por fin se levantaba un encantador grupo de muchachas y amablemente le exponían a Chopín el tema escogido, que una vez fue un aria de una ópera de Rossini, muy en boga por aquellos días.

Chopín, que ya conocía dicho tema , no tuvo necesidad de tomar nota en el papel pautado, sino que, después de unos segundos de silencio y en medio de una expectación general , empezó a tocar el famoso "tema", primero de una manera sencilla y escueta, luego añadiéndole preciosas variaciones ricamente adornadas con sentimentales submelodías, fluidos asombrosos, acompañamientos tristes y fúnebres, atacando súbitamente otra variación con ritmos alegres y terminándolos con tiernas notas que parecían gemidos del alma.
Por último desarrolló la variación final de una manera tan brillante y gloriosa, que antes de terminar los últimos acordes, se levantó toda la numerosa concurrencia atronando el salón. Fue la ovación más ruidosa que habían oido aquellas paredes, mudos testigos del triunfo de otros artistas. Ningún aplauso tan cálido como el que obtuvo Chopín en aquella memorable velada. Tanto fue así, que uno de los asistentes, ilustre diplomático del Rey de Sajonia, escribió a su soberano refiriéndose a Chopín: "Créame su Majestad que es uno de los grandes pianistas de nuestra época".
Otra vez en u casa paterna y en el seno de su familia, que le adoraba, volvió a su actividad creadora al lado de su buen maestro y consejero Elsner.
Chopín acababa de cumplir los veinte años. Aprovechando el éxito que le proporcionó esta gira por Centroeuropa, dio dos conciertos con éxito total en la misma Varsovia.



En los últimos meses de aquel año acabó de pulir unas magníficas composiciones que él mismo llamó -y en realidad son- "Estudios". Vale la pena insistir sobre estas composiciones. Ahora, con la perspectiva que nos dan los años transcurridos desde su fallecimiento (1849), podemos afirmar sin ningún género de dudas, que sus Estudios han representado una auténtica revolución en la técnica moderna del piano. Las combinaciones de la mano derecha, a base de notas dobles, con unas aplicaciones desconocidas por Bach, Haydn, Mozart y Beethoben, el paso del pulgar, el uso constante de las teclas negras, sus pasajes rápidos y los grupos rítmicos de la mano izquierda, con una armonía tan peculiar, todo ello acompañado de una poderosa inspiración, hizo exclamar a Cortot: "Los Estudios de Chopín son una larga y completa lección de piano".

En 1830, tras un año de intenso trabajo y constante estudio, Chopín siente deseos de emprender otra gira de conciertos, esta vez más prolongada y de más amplitud. Pero tiene un presentimiento negro, que en edad tan juvenil empieza a atormentarle " ¿Y si muero fuera de mi casa, lejos de mi familia? ¡Qué horrible ha de ser morir solo, al lado de un mal médico o de un infeliz criado!" Este presentimiento triste de su fin, ya no le dejaría en paz.
La fuerza de su incipiente juventud y el optimismo que nos hace ver, afortunadamente, el aspecto más favorable de las cosas, le convencieron de la necesidad de trasladarse a Viena a primeros de noviembre. En esta ciudad, emporio de la riqueza y del arte, conoció Chopín a hombres famosos de la época.
Thalberg, el famoso pianista alemán, le fue presentado en un concierto. Tuvo también estrecha amistad on Malfatti el médico que asistió los últimos momentos de Beethoven, y por él se enteró de mil pormenores de la vida del glorioso músico sordo. Conoció también a un célebre violinista llamado Kreutzer, que en su tiempo despreció por "demasiado fácil" una de las Sonatas de violín más geniales y hermosas que compusiera Beethoven. Al desdichado violinista, todo el mundo le conoce, y su nombre será inmortal por haberle dedicado el glorioso compositor la mencionada Sonata.
A Chopín no todo le pareció aceptable, en su conjunto en esta segunda visita a Viena. Desaparecidos ya Haydn, Mozart y Beethoven, la ciudad se había entregado en brazos del compositor de valses Johann Strauss I. Al público interesado en las Cosas del Arte, aficionado a las óperas de Mozart, a los conciertos y a las audiciones sinfónicas, había sucedido otro frívolo y falso.



Facilmente se adivinará que numerosos "Strauss" encontraron ambiente favorable para triunfar en toda la línea. Y célebre es la frase de un literato de aquel tiempo, que solía decir: "En Viena se almuerza, se cena y hasta se duerme al son de los valses de Strauss". Valses por las calles, valses en los salones, valses por todas partes; hasta en las buhardillas más humildes podía verse a más de una pareja valsando al son de un desafinado clarinete.

Chopín, educado en el seno de una familia distinguida y en una sociedad selecta de rancias costmbres, como la de su amada patria, no pudo soportar la frivolidad que le rodeaba. Enterado de la acogida que la buena sociedad y el público de Londres dispensaba a los artistas de todos los países, decidió trasladarse a la gran capital del Imperio Británico.
Antes, quería despedirse de su patria, pero entonces recibió un aviso de sus padres para que desistiese de hacerlo, pues el pueblo polaco en masa se había levantado contra sus opresores rusos. Nicolás Chopín, padre del ya famoso pianista, conocía los sentimientos patrióticos de su hijo, y temiendo por su salud tan precaria y ante las violencias, algazaras y sucesos sangrientos que se registraban por aquellos días en Varsovia, tomó la determinación de ponerle sobre aviso para que no regresara a su patria y continuara sus giras artísticas.
Y así fue como Chopín, con un pasaporte que decía: "A Londres", pasó por París, alejándose de su amada Polonia, que fatalmente no volvería a ver jamás.

Cuadro de Claude Monet


Preparémonos a disfrutar con una selección de obras de Chopín por el gran pianista Krystian Zimerman.


13 febrero 2010

Chopín, Poeta del piano ( 3 )

Chopín, retrato de Ary Scheffer

A principios de verano de 1831 llegaba Chopín a la acogedora capital de Francia "de paso para Inglaterra", según anotó en el libro registro de una casa de huéspedes del Poissonnière. París vivía entonces en una contínua fiebre de revoluciones y contrarevoluciones. Las calles de la capital presenciaban cada día algaradas que respondían a mil diversas causas. La vorágine de sus bulevares arrastraba multitudes de refugiados de todos los países europeos.
Chopín que en su modesta pensión se mantenía al margen de todas esta manifestaciones puramente políticas, tuvo la feliz coincidencia de encontrar en la misma pensión a otros refugiados polacos. Estos le proporcionaron múltiples relaciones y así fue como, en lugar de quedarse en París por un breve descanso, pasó a tener una residencia constante en esta ciudad, que al final había de absorver todas sus actividades artísticas.
Chopín confesó que al principio no le gustaba aquella vorágine constante que, según propia expresión, le parecía de un nivel vulgarísimo. Echaba de menos el señorío y la espiritualidad de la capital de su patria.


Boulevard Poissonnière, por Dagnan (1834)

Entretanto, las tropas rusas anegaban en sangre polaca los intentos de los patriotas de todas las clases sociales, que se habían unido para deshacerse de su poderoso opresor. La madre de Chopín le había notificado la muerte de su hermana pequeña, Emilia, la que se parecía más a él en lo físico y en sus sentimientos íntimos de amor a la música; le había rogado que, sobre todo, no volviera a su patria, pues no ignoraba que los patriotas polacos se organizaban en el extranjero, y se unían en grupos para formar unidades de combatientes de resistencia. Pero ésta era cada vez más débil, y los que quedaban con vida huían al extranjero valiéndose de todos los medios.
Chopín pudo por fin localizar a un íntimo amigo de su infancia y condiscípulo que le puso al corriente de las noticias de última hora: los sangrientos sucesos y el aplastamiento de la insurrección por las crueles tropas del Zar.

Desechada toda esperanza -al menos por el momento- por parte de Chopín y sus leales compatriotas,, dedicose con todo ahinco a desarrollar su arte, con el consuelo de difundir por todo el mundo las melodías y las danzas de su desgraciada Polonia. Y a fe que lo consiguió con creces. Su antiguo amigo y condiscípulo Tito Wayciecchouski le presentó a otros compatriotas polacos refugiados en París, y poco a poco fue ensanchándose el número de relaciones, hasta el punto de que, muchas veces, en sus largas veladas, le parecía encontrarse en su patria.
Pero el colmo de la sorpresa fue cuando, saliendo un día de un café de Montmartre, se encontró de sopetón con el príncipe polaco Radziwill, antiguo amigo de su familia, que sentía por Chopín una estimación y admiración tan grande como la que le tenía el músico. El paso que dio Chopín por mediación de este príncipe, fue su consagración y la causa definitiva que le obligó a demorar su estancia en París para siempre.



Cuadro de Camille Pissarro. Al fondo la Opera Garnier

Frecuentaba el príncipe Radziwill la morada y las veladas del multimillonario judío Rotschild en cuyo salón tenían lugar las reuniones más importantes de aquel París romántico del mil ochocientos. El potentado Rotschild, que ya había oído hablar vagamente del joven artista polaco, tomó con muchísimo interés la idea de organizar en sus brillantes salones un gran concierto para que Chopín fuese escuchado por la alta sociedad parisiense, y quedó concertada para pocos días después la velada de presentación del joven pianista.

El palacio del rico banquero judío era una verdadera maravilla, y cuando se anunciaba alguna de sus famosas veladas, no podía faltar nadie que sobresaliera un poco en cualquiera de las bellas artes, la política o la literatura.
Entre los caballeros que la fama había reunido en aquellas sesiones memorables, estaba el entonces famoso pianista alemán Karl Brenner; en otro ángulo del salón, el famoso compositor y director de orquesta Mendelssohn, que había oído a Chopín en algunas de sus cortas excursiones artísticas por Alemania, se deshacía en elogios del joven polaco como intérprete del piano y como compositor, asegurando a sus contertulios que se encontrarían con uno de los mejores compositores de Europa, a pesar de su juventud.
Otro joven imberbe, moreno y ya famoso en el mundo de la ópera departía con un grupo de bellas muchachas. Bellini -tal era su nombre- les decía: "Si habeis podido comprender y aplaudir las arias de mi ópera La Sonnambula, podréis apreciar fácilmente las interpretaciones y las obras originales de este joven polaco, que la fama ha hecho llegar hasta nosotros desde tan lejos". Estaban también presentes el violinista Beriot, así como toda la distinguida familia Pleyel, fabicantes de pianos.


Chopín toca el piano ante la familia Radziwill (1829). Oleo de Hendryk Siemiradzki

De pronto hízose un profundo silencio, y Chopín acompañado por un familiar del Mecenas de aquella noche, se dirigió sin ninguna ostentación al magnífico piano de cola. Como al sentarse demostrara el joven polaco cierta turbación -como si estuviera deslumbrado por la riqueza y elegancia de aquella concurrencia- Bellini se le acercó cariñosamente, diciéndole al oído: "Podeis tocar con absoluta naturalidad, pues no estais entre extraños, sino entre amigos ávidos de escucharos y aplaudiros".

Puesto ya en la ineludible necesidad de empezar su concierto, y temiendo que si tocaba obras suyas, no serían de momento del todo comprendidas, empezó con un concierto de Móscheles, el gran amigo de Beethoven. Después tocó unas variaciones suyas sobre un tema del Don Juan, preciosa colección que arrancó fervientes aplausos por su belleza e impecable ejecución. Mientras duraba el recital, el príncipe Radziwill se acercó a Chopín y le dijo unas palabras, pidiéndole que tocase fuera de programa la "Krakoviat", brillante fantasía que Chopín había compuesto sobre el himno nacional de Polonia.
Una emoción indscriptible se apoderó del joven pianista. Por unos segundos palideció, pero pronto se recuperó y templó sus nervios; irguió su cabeza con orgullo pensando en su amada Polonia, y atacó con ardor los primeros compases de su emocionante composición. Las estrofas de su himno patriótico fueron sucediéndose con creciente brillantez. Una fuerza heróica daba alas a sus manos. La emoción corría a raudales por el salón, los refugiados polacos lloraban, las señoras y muchachas sacaban furtivamente sus pañuelos bordados y disimuladamente se los llevaban a los ojos para ahogar una emoción sentimental; los caballeros escuchaban embelesados; hasta que el joven polaco, con un movimiento enérgico y brillante, cerró su emocionante interpretación con el glorioso acorde final.

Siguieron unos instantes de silencio sepulcral, de calma precursora de la tempestad, pues al unísono, todo el brillante público que tuvo la dicha de asistir a esta reunión prorumpió en alaridos de entusiasmo y ardor. Las muchachas aplaudían con entusiasmo, las señoras continuaban enjuagàndoses sus lágrimas mezcladas con risas de júbilo y todos rodeaban al joven pianista para felicitarle con entusiasmo.
El príncipe que con tanto acierto acompañara a Chopín a casa del potentado israelita, gritaba mientras le abrazaba: "¡Viva Polonia! Polonia es imortal, y hoy, con tu música, ha triunfado ruidosamente en París".

Un piano donde tocó Chopín

A raíz de la memorable sesión celebrada en casa de Rotschild, Chopín se encumbró rápidamente. A los pocos meses se le había desvanecido sensiblemente el mal efecto que le causara el París de sus primeros días, con sus multitudes vocingleras y sus ruidosos movimientos políticos. Dio algunos conciertos con gran éxito en las Salas de la capital, trabó amistad verdadera y efectiva con Bellini, con Mendelssohn y con el coloso del piano de aquellos tiempos, Franz Liszt. Los tres le fueron siempre fieles, apreciaban sus dotes de compositor romántico sin par y también sabían valorar sus geniales interpretaciones. El resultado normal de todas sus actividades artísticas y trabajo constante así como de su agradeble trato realzado por su gentil y pulcra figura, fue su afianzamiento económico.
El fabricante de pianos Pleyel y su distinguida familia, que lo tuvieron siempre entre sus íntimas amistades, le obsequiaron con un precioso piano de cola. Las muchachas más bellas y aristocráticas solicitaron sus lecciones, que pagaban a precios que ningún profesos hubiera osado pedir.



Federico Chopín, Concierto piano y orquesta nº 1. Yundi Li, piano

06 febrero 2010

Chopín, Poeta del piano ( 4 )


Dos años después podía decir a la señora Pleyel: "Piense que es muy fácil que por ahora no me marche de París, y quizá no me vaya nunca". Estas palabras hacían referencia a su antigua obsesión de marcharse a Inglaterra. Así las cosas, vemos ya a Chopín debidamente instalado con todo lujo en un espléndido piso de la Chausé d'Antin.
En su salón no faltaban los bustos de Bach y Mozart, cuadros al óleo de buenos pintores, con predilección los que presentaban paisajes muy apreciados de su amada patria.
No es posible silenciar un episodio que laceró su corazón y su salud para el resto de su corta vida.
Por la sucesión de los hechos que hasta el presente se habían ido sucediendo, es fácil concretar las características esenciales de su biografía. Chopín llega a París de paso para Londres; los emigrados polacos de la capital francesa, conscientes de su valor como intérprete y compositor, lo presentan a la alta sociedad, y Chopín, por méritos propios, se adueña del corazón de todos los que tienen la dicha de tratarle y tienen necesidad de sus enseñanzas; su situación económica es saneada; se establece definitivamente en la capital. Estos son los hechos escuetos e históricos.
Ahora bien, no es necesario ser un lince para adivinar que Chopín, al llegar a esta edad, tuviera sus inevitables idilios con atractivas muchachas de aquella selecta sociedad que tan bien le había recibido.
María Wodzinska
Dado su acendrado patriotismo, acrecentado si cabe aún más por el recuerdo de su patria lejana, se enamoró con la fuerza de sus años mozos de una muchacha de su país llamada María Wodzinska, atractiva condesita polaca, muy inteligente y de gentil figura. Esta encantadora joven tenía un hermano llamado Antonio que era y siguió siendo uno de los pocos amigos íntimos de Chopín, además de ser uno de sus más apreciados alumnos.
María solía ir por la tarde, con su dama de compañía -una señora francesa de cierta edad- a buscar a su hermano, después de la clase. En estas, al parecer, intrancesdentes visitas se fueron aficionando ambos jóvenes. Su hermano Antonio formaba con ellos el terceto perfecto. Cierto día, después de la lección, le dijo Chopín a María: "Voy a tocar un Nocturno que he compuesto para vos; no está del todo terminado, pero no puedo vencer la tentación ni el deseo de que lo escucheís". Y sentándose al piano tocó con su pulsación y sentimiento característico el "Nocturno en Do menor".
Al terminar, insistió Chopín con las siguientes palabras: "Digan lo que digan los poetas, la música es un lenguaje íntimo que se entiende mucho mejor que las palabras, pues puede expresar sentimientos e ideas que con las palabras podrían ofender". La muchacha, que escuchaba embelesada, bajó los ojos y se atrevió a decir: "Maestro, hay pasajes de este Nocturno que no comprendo claramente". "Teneís razón -replicó Chopín- y para que lo acabeís de entender, voy a repetirlo". Y volvió a pulsar con más delicadeza, si es posible, las notas sentimentales del Nocturno.
Piano que tocó Chopín, en Valldemosa (Mallorca)

Estaba terminando los últimos acordes cuando entró inopinadamente el pequeño Antonio para reconvenir a su hermana. Dijo: "No esá bien que habiendo de reunirse el maestro con nosotros -se refería también al príncipe Radziwill- le estés entreteniendo para que toque solamente para ti". Pero los ojos de su hermana le hicieron comprender que no era solamente un entretenimiento, y el muchacho adivinó que un gran amor unía ya a los dos jóvenes.
En adelante fueron viéndose con más frecuencia, y cuando creía Chopín que las relaciones iban por el camino de la formalización normal, una carta de su patria con sello oficial vino a favorecer estos planes.
Era una invitación del Gobierno para que Chopín aceptase la cátedra superior del Conservatorio de Varsovia. Desde luego fue una gran sorpresa para el joven artista ver que su fama había traspasado las fronteras. En cierto modo era el obsequio que recibía de su amada patria. Esta oferta afianzaría aún más su situación económica en Varsovia. Le recibirían con los brazos abiertos, podría continuar periódicamente sus giras artísticas, compondría con más ahínco si cabe y solucionaría de una vez y honradamente, de acuerdo con sus creencias y su esmerada educación, el problema de su vida.


Retrato de Chopín por María Wodzinska

Y un día risueño, con tantas ilusiones que no cabían en su excelente y generoso corazón, se vistió con su más elegante traje, peinó elegantemente su abundante cabellera que caía graciosamente por los lados de su cabeza, se puso sus guantes blancos, cogió un coche de caballos que era ya popular en todo París y se fue a pedir la mano de María Wodzinska.
El padre de María lo recibió con la atención protocolaria de estos casos, pero con austera seriedad y con rotundo acento le manifestó lo inadecuado del caso, dándole a entender que había dicho su última palabra y que no admitía réplica alguna.
Chopín, humillado, fue acompañado hasta la puerta, que lentamente se cerró tras él. Había recibido un golpe mortal para su alma y también para su delicado cuerpo. El pobre artista, el más desgraciado de los mortales en aquel momento, llegó no se sabe cómo a su casa, y al abrirse la puerta cayó desplomado. La palidez cadavérica de su rostro y la inmensa tristeza de sus bellos ojos dejaban entrever la gravedad de la enfermedad moral y física que padecía. Durante ocho días estuvo privado de la razón por una intensa fiebre cerebral. Una cruel y larga enfermedad siguió a estos desdichados días.
Cuando volvió en sí, su decaimiento era tal, que no podía tomar absolutamente nada, ni las más imprescindibles medicinas. Antonio, el hermano de la Wodzinska acudió desde los primeros instantes a la cabecera del enfermo, prodigándole los más cariñosos cuidados y consuelos. No eran más que vanos intentos, pues Chopín estaba como ausente y no podía controlar sus actos y oscuros pensamientos.


Escultura en recuerdo del compositor en Zelazowa Wola

Después de muchos cuidados por parte de médicos, amigos y sirvientes, la enfermedad cerebral y la fiebre fueron cediendo, y Chopín, quebrantado y débil, fue restableciendo su salud corporal, pues las heridas que sufrió su alma delicada y sensible ya no sanaron nunca más. Un día, aún convaleciente, vio llegar a su fiel amigo Antonio, compungido y triste, con un paquete en la mano. Al entregarle su amigo el paquete, sin mediar apenas palabras entendió Chopín que eran las cartas escritas a su amada. Levantóse entonces y dirigióse a la habitación donde guardaba sus objetos más intimos en un artístico mueble. Cogió otro paquete, lo besó y se lo entregó a Antonio, no sin antes haber escrito encima en su idioma materno: "La causa de la desgracia de mi vida".

Poco tiempo después tuvo necesidad de actuar en Londres para cumplir compromisos contraídos con un amigo, empresario de conciertos. La noticia corrió por la capital británica como la pólvora, pues había interés justificado por oír al que llamaban "ídolo de París". Las localidades se agotaron y el éxito fue enorme, pues no se recordaba tal delicadeza y sentimiento en ningún otro pianista.
Tuvo la ocurrencia de poner en programa aquel delicioso Nocturno que dedicara a su amada, y el inteligente público que le admiraba, escuchó la composición con un fervor casi religioso, adivinando que algo muy íntimo y doloroso le pasaba en aquel momento al artista.
Después del concierto, que todos consideraban memorable, Chopín recibió los plácemes más sinceros de la multitud que se apretujaba para saludarle. También recibió innumerables invitaciones que él soslayó amablemente, pretextando que debía volver inmediatamente a París. En realidad, su ánimo estaba ausente de aquel ambiente de gloria y felicidad. Al volver al hotel, sintió escalofríos intensos por todo su cuerpo, señal evidente de que la fiebre de la tuberculosis estaba ya destrozando a pasos agigantados la salud del artista.




Podemos escuchar a los pianistas Evgeny Kissin, Yundi Li, Emil Gilels y Maurizio Pollini en obras de Chopín. Como dicen en You-Tube: Enjoy!

01 febrero 2010

Chopín, Poeta del piano ( 5 )



Vuelto otra vez a París y normalizada temporalmente su actividad de profesor y compositor, tocó otra vez en casa Rotschild. Se le invitó también al palacio de los príncipes Cravtorinski, así como a la espléndida mansión de los condes de Korman. Chopín se dejó oir en otras mansiones de grandeza y elegancia, siendo en todas ellas el ídolo del elemento femenino. En pleno siglo romántico, con sus bellos sueños de arte y fantasía, ¡cuántas bellas muchachas aspiraban a una palabra cariñosa del noble artista y cuántas hubieran aceptado, incluso entre la rancia aristocracia, la suerte que despreció el padre de la condesita Wodzinska!.
A esta época pertenecen los maravillosos Valses, los románticos Nocturnos, las airosas Mazurkas y los geniales "Scherzos". También escribió pequeñas piezas, no tan numerosas pero no menos inspiradas: la "Berceuse", la "Barcarola", las Escocesas, los "Impromtu" y "Fantasías", nos dicen de la prodigiosa actividad de Chopín, mientras la vida no le sonreía con verdadero amor y la terrile enfermedad causaba en él verdaderos estragos.
Mucho se ha fantaseado con repecto a la vida privada de Chopín. Se ha llegado a afirmar que no era del todo regular e incluso un poco escabrosa. Pero a sus detractores se les puede objetar la sabia sentencia que nunca ha sido desmentida: Al hombre, como al árbol, se le conoce por sus frutos; llámese escritor, novelista, pintor, poeta, músico o escultor.
El famoso cuadro de Delacroix con George Sand y Chopín
La totalidad de la producción musical de Chopín es de una distinción, una pureza de estilo y una elevación, que nada hay más lejos de ella que la ordinariez, el sentimentalismo bastardo y todo lo que significa mal gusto.Todo es ideal y de una espiritualidad ejemplar. ¿Qué tiene de particular que un hombre célebre y consciente de su valer, una vez desengañado de su ilusión y profundo amor por María Wodzinska, iniciase otros idilios más o menos largos con muchachas parisienses que le admiraban y de buena gana hubieran juntado su destino al de aquel artista que sonreía de gloria?. ¿Que alguna veces, terminado su trabajo, invitado por sus amigos polacos, fuera a terminar su velada en alguno de los cafetines de Montmartre?; todo eso, para Chopín, era meramente superficial. Muchas veces, mientras tomaba un café, se quedaba absorto mirando indesiso a algún rincón, y sus amigos ya sabían que era la señal evidente de que una nueva melodía o un nuevo ritmo iba tomando cuerpo en su cerebro.

En una de las periódicas reuniones que tenían lugar en los salones antes mencionados, una mujer de más edad que él, de cabellos negros peinados hacia atrás y de ojos ardientes no cesaba de mirarle. Era una mujer célebre por sus letras, divorciada, con dos hijos, que firmaba con el seudónimo masculino de Jorge Sand.

Se hizo presentar a nuestro artista y después de las felicitaciones y adjetivos encomiásticos de rigor, quedaron en que Chopín tocaría para sus amistades en el suntuoso salón de una magnífica quinta que ella poseía en los arrabales de París.
Jorge Sand (su nombre verdadero era Aurora Dupín) era uno de esos seres absorventes tan en boga en la era romántica de París. Por su casa pasaban los escritores, los pintores y los músicos de fama de aquella ciudad; allí acudían todos los que querían ser algo en el arte de las ciencias o en las letras. Chopín, ave sin rumbo, falto de salud, con la muerte en el alma y viviendo prácticamente solo con sus sentimentos, fue a caer, como tantos otros, en la órbita de esta mujer ambiciosa, seductora e inteligente. Se dejó llevar por las iniciativas de esta mujer, cuyos cuidados por el músico enfermo no dejaban de ser notablemente sinceros.
Los médicos de Chopín le habían recomendado encarecidamente que descansara una larga temporada en algún lugar del sur de Europa. Y entonces surgió el conocido episodio de Mallorca. Jorge Sand y Chopín, con los dos hijos de la célebre escritora, emprendieron el viaje hacia la Isla Dorada.
Conocidos son los pormenores de su viaje a Mallorca, pasando por Barcelona. Jorge Sand, en su libro "Un invierno en Mallorca" arremete sin compasión ni consideración alguna contra los pacíficos isleños y contra sus costumbres. Que algunos turistas actuales usen trajes exóticos y raros y que las muchachas usen vestidos masculinos, no escandalizan ciertamente a nadie en nuestros tiempos modernos y dinámicos. Pero que más de ciento cincuenta años atrás, una mujer vestida con el atuendo masculino, acompañada de un artista tuberculoso y dos mozalbetes, quisiera que las cosas se le solucionaran con toda naturalidad, es pedir peras al olmo. Los aldeanos de cualquier lugar suelen recelar de forasteros o extranjeros a quienes no conocen. Jorge Sand que había viajado mucho, no podía ignorarlo. Si esperaba la comprensión y el apoyo de los mallorquines, lo primero que debió hacer fue presentarse de una manera normal, sin atuendos extraños, y ganarse con amabilidad y paciencia la voluntad de aquellos buenos provincianos, sin ridiculizar sus sentimientos religiosos y sus ancestales costumbres, siempre queridas y respetadas.
A pesar de todo Chopín mostró unas cartas de recomendación de españoles residentes en París, y por fin pudieron encontrar unas habitaciones en las antiguas celdas de la Cartuja de Valldemosa. Instalados en la famosa Cartuja, pudo el ilustre enfermo gozar de unos días de sol y tranquilidad que tanta falta le hacían. Y a fe que no fueron desaprovechados.


Dos fotografías de La Carruja de Valldemosa en Mallorca, donde está vivo el recuerdo de la estancia de Chopín

Allí compuso la mayoría de sus preciosos Preludios. Un crítico musical dijo que aunque Chopín no hubiera escrito más que estos preludios, su fama estaría tan justificada como ahora. También escribió en estos días apacibles su segunda Balada, basada en una leyenda de su país.
Su salud, a pesar de los desvelos de sus amigos, no mejoraba.(Más adelante el tiempo empeoró, resultando un invierno lluvioso y desapacible). Chopín encontraba a faltar la compañía y el cariño de sus compatriotas de la capital francesa y ante el resultado negativo de la excursión, emprendieron el regreso a París.
El viaje en un mal buque que hizo Chopín hasta Barcelona, agravado por el mal tiempo y las pocas comodidades, le provocaron un vómito de sangre que requirió un cierto cuidado a su llegada a la ciudad condal. Poco tiempo despues, por fin, pudo abrazar a sus amigos de París. Otra vez en la capital francesa, reanudó el eminente pianista sus actividades musicales, no sin sufrir por las noches alarmantes alucinaciones que acababan de minar aquella naturaleza enferma.

(La relación de George Sand y Chopín comenzó a enfriarse a partir de 1845. Después de casi diez años, Chopín dejó de verla y hablarle y vivió solo sus últimos tiempos).

Todavía dio unos pocos conciertos en Londres, pero con una debilidad tan creciente que fue preciso llegar a un acuerdo con los empresarios, quedando en que solamente tocaría una parte del concierto. Pero en una de estas audiciones, volvió a tener un vómito. A su regreso a París enfermó todavía más. Si fuéramos siguiendo la vida de Chopín desde que partió de Mallorca, veríamos que es una lucha constante y desigual con la terrible enfemedad; pasan semanas, meses de fatiga, alivios no muy prolongados, desalientos, esperanzas, decaimientos, apasionados deseos de vivir...
Todavía tuvo arrestos para componer una de sus piezas más características. Hallábanse en el salón de su casa algunos amigos que no le abandonaban en ningún momento, escuchando religiosamente unas inspiradas melodías que iban enlazando con el ritmo de la Polonesa. Cuando más atentos estaban escuchando, paró inopinadamente y se presentó ante ellos, pálido, sudoroso y desencajado. Al preguntarle solícitos qué quería o qué le sucedía, Chopín se pasó una mano esquelética por la frente y respirando trabajosamente, les dijo: "Estaba improvisando una Polonesa, cuando he visto aparecer por la izquierda de mi piano un cortejo de nobles caballeros y guerreros de mi patria, tiempo ha desaparecidos, que me han llenado de espanto". Así vio la luz su famosa "Polonesa en La bemol".

Los últimos meses, las últimas semanas y días, según testifica Liszt en su libro "Chopín", fueron particularmente dolorosos. No era un enfermo que acabara sus últimos alientos, sino una vida que quería subsistir y que se iba acortando atrozmente.
Los últimos días, sobre todo, fueron en extremo tristes y emocionantes, ya que coincidió con la llegada a París de personas amigas de su infancia, entre ellas su hermana, a quien quería entrañablemente.
Según Liszt y todos sus demás biógrafos, Chopín murió en plena lucidez. Le asistió un sacerdote polaco, el padre Jelowski. Momentos antes de su muerte pidió que le acercaran el piano y rogó a una cantante amiga que se encontraba presente que cantara una plegaria a la Virgen de Stradella. Obedeció la amiga, teniendo que cantar entre sollozos.
Cuando terminó, Chopín hizo ademán de darle las gracias, volvió la cabeza y ya no se movió. Era el día 17 de octubre de 1849.
Al día siguiente, a las doce, se celebraron solemnísimos funerales en la famosa iglesia La Magdalena, con el templo abarrotado. Se cantó, a petición del mismo Chopín, el "Requiem" de Mozart de quien había sido siempre un ferviente admirador.
Una orquesta, durante la conducción del cadáver a la Iglesia, ejecutó una célebre marcha fúnebre que arrancaba lágrimas a todos sus amigos. Así terminó aquella vida gloriosa y doliente del más gentil e ilustre de los artistas del romanticismo.
Sus notas han adquirido una resonancia universal que no apaga el trancurso monótono de los años. Y, para demostrarlo, ahí están los ramilletes de flores frescas que día tras día van perfumando su modesta tumba del cementerio Père Lachaise.

Aquí termina esta beve, pero emotiva, biografía que acerca de Chopín escribió Josep Mª Roma i Roig.


Monumento Chopín en Varsovia

Frédéric Chopín, Concierto nº 2 para Piano y orquesta. Evgeny Kissin, piano.