25 noviembre 2008

Franz Joseph Haydn ( 1 )


El chico mayor de los Haydn canta como una corneja, se lamentó la emperatriz María Teresa de Austria, cierto día de 1748. Al igual que todos los vieneses de la época, la Emperatriz era una apasionada de la música y se interesaba especialmente por el coro que cantaba a diario en la misa de la catedral de San Esteban. El mayor de los Haydn, Franz Joseph de nombre, pero apodado "Sepperl", tenía entonces dieciseis años de edad y le estaba cambiando la voz.
Karl Georg Reutter, el mezquino director musical de San Esteban, propuso una solución: si sometían al joven Sepperl a una sencilla operación quirúrgica, el joven podría hacer carrera como soprano y quizá, llegar a gran figura de la ópera. (La castración consigue que la voz masculina no pase del timbre de soprano, a la vez que la más profunda cavidad torácica del varón le permite efectos imposibles de lograr para una cantante del sexo femenino.) El padre de Sepperl acudió precipitadamente desde el campo para impedir que aquel plan se llevara a efecto.
Catedral de San Esteban.

Poco tiempo después Reutter prescindió definitivamente del joven. Este, por una simple travesura, había cortado la coleta al muchacho que estaba delante de él en el coro, y el director propinó a Sepperl una soberana tunda y le echó del grupo.
Corría el año de 1749 cuando la carrera de Haydn como cantante llegó a su fin. Las condiciones de vida de un músico eran entonces muy distintas de las actuales. Los compositores no eran espíritus privilegiados que se sentaban en la soledad de sus estudios para crear obras maestras destinadas a la posteridad. Componían por encargo, por lo general para ocasiones determinadas, y la forma más segura que tenían para no morirse de hambre era ponerse al servicio de algún noble con aficiones musicales. Haydn pasó la mayor parte de su vida de compositor, casi treinta años, al servicio de los príncipes de Esterházy; vestía la librea de la casa y todas las mañanas debía presentarse ante ellos para recibir órdenes: Haydn, nos hace falta una nueva sinfonía para el més próximo...Franz Joseph Hadyn era hombre sencillo, de carácter tranquilo, alegre y siempre generoso, no sólo con sus parientes, sinó también con otros músicos, que le trataban con reverente afecto. Fue, en pocas palabras, uno de los genios más amables de los anales de la música.

Casa natal de Haydn en Rohrau.
Haydn nació en 1732 en Rohrau, localidad situada no lejos de la frontera austro-húngara. Su padre ejercía el oficio de carretero y reparaba los carruajes del señor del lugar; su madre había sido cocinera en la finca del conde. Los Haydn tuvieron doce hijos y sólo seis llegaría a la edad madura, pero el dinero no llegaba con la misma facilidad. No obstante, los padres de Franz Joseph inculcaron a éste el gusto por el trabajo y la música y los beneficios de la disciplina.
El padre tocaba el arpa y, todas las noches, reunía a la familia en torno suyo para cantar todos juntos. Una tarde fue a verles un primo, Johann Matthias Franck, organista de la vecina población de Hainburg, y quedó impresionado por la voz de Sepperl, agradable, aunque débil (según diría el propio Haydn). A pesar de las lamentaciones de la señora Haydn, que deseaba la carrera eclesiástica para su primogénito, Sepperl partió de su casa en compañía de Franck con el propósito de estudiar música. Tenía, a la sazón, seis años de edad.
Según sus propios recuerdos, Haydn se presentó por vez primera vez en público bajo los auspicios de Franck; el tambor de la banda cayó enfermo la víspera de la procesión del día de la Ascensión. Joseph aprendió a tocar el tambor en una noche, batiendo un trozo de tela atirantada sobre una barrica de harina. Fue el mejor de la banda. Durante toda su vida hablaría con orgullo de su habilidad para tocar el tambor; cincuenta años después, el entonces famoso compositor asombró a la orquesta, durante un ensayo, al abandonar el podio para demostrar a sus músicos lo que era posible hacer con un par de palillos.
Haydn llevaba dos años en Hainburg cuando Reutter, de visita en casa de su amigo Franck, oyó cantar al chico, e inmediatamente tomó las disposiciones necesarias para que el precoz cantor se incorporase al coro de San Esteban. Cuando, nueve años después, Reutter lo echó a la calle, un bondadoso cantante que había cantado varias veces en el coro, se lo encontró tiritando en un banco y lo llevó a su buhardilla. Haydn viviría muchas veces en parecidos sitios durante los años siguientes, tratando de ganar unas monedas dando lecciones de música y acompañando a otros músicos, cesantes como él, en conciertos al aire libre denominados serenades.


Aquellos conciertos eran una verdadera escuela para un joven compositor lleno de aspiraciones como Haydn, quien dedicaba al estudio todas las horas que la necesidad de ganarse la vida le dejaban libre. Las serenades vienesas tenían que ser alegres y animadas si aspiraban a complacer al exigente público, y su autor debía saber y tener presente las posibilidades instrumentales y las de los ejecutantes de que disponía.
Al tratar de conseguir esos fines, Hadyn fue desarrollando las características que distinguirían posteriormente toda su obra: una alegría estimulante, el gusto por los efectos de sorpresa y un profundo conocimiento de todos los instrumentos de la orquesta. El joven pasó ocho años de hambre antes de labrarse una posición en la vida.
En 1757, el barón von Fürnberg le contrató para que diera lecciones de música a su familia. Por primera vez, Haydn tenía tiempo para escribir con relativa tranquilidad, y no tardó en hacer historia al componer lo que probablemente fue el primer cuarteto para cuerda jamás escrito. Pronto corrió la voz en torno al tesoro que von Fürnber tenía en su casa, y el conde Morzin, que patrocinaba un modesto conjunto musical en su castillo de Bohemia, ofreció a Haydn un empleo mejor. Allí compuso quizá Franz Joseph las cinco primeras sinfonías de las 107 que que habría de escribir. También fue entonces cuando el músico cometió el error capital de su vida: casarse.

A la edad de veintiocho años se enamoró de la hija de un peluquero, Therese Keller, a la que venía dando clases de música. Por desgracia, Therese había decidido meterse monja, y el peluquero convenció al joven compositor de que, a falta de áquella, tomara por esposa a su hermana, María Anna. Esta resultó ser una mujer tacaña, intolerante y mogigata, incapaz de dar a Haydn amor ni hijos y que por añadidura, no tenía interés alguno por la música. Durante cuarenta años, María Anna tuvo a su marido en un estado que oscilaba violentamente entre la resignación y la furia sorda.

Poco después de la boda, la ejecución de Haydn de una de sus obras causó gran impresión al príncipe Paul Anton Esterházy, noble húngaro dueño de inmensa fortuna. En 1761, el príncipe invitó a Haydn a hacerse cargo de sus actividades musicales. El compositor debía dirigir de dieciocho a veintidós instrumentistas y cantantes residentes, en dos óperas y dos conciertos cada semana, en el palacio Esterházy, en Eisenstadt; además, era resposabilidad suya llevar archivos, copiar partituras y asegurarse de que los instrumentos estuvieran afinados.


El magnífico palacio de los príncipes Esterházy.

J.Haydn - Cello Concerto No.2 in D major, Hob.VIIb:2

Mstislav Rostropovich (1927-2007) Academy of St Martin in the Fields-Henry Wood Hall, London - November 1975

20 noviembre 2008

Franz Joseph Haydn ( 2 )


A la muerte del príncipe Paul Anton, en 1762, le sucedió su hermano, el príncipe Nicolaus "el Magnífico". Militar y mecenas, Nicolaus era también excelente músico y Haydn sería su fiel servidor durante los veintiocho años siguientes. Al poco tiempo, Nicolaus se hizo edificar un suntuoso palacio al que llamó Esterháza, que incluía un teatro de ópera con cuatrocientas butacas además de curiosidades tales como un sillón que, al sentarse una persona en él, emitía un solo de flauta. Sin embargo, para los músicos, la vida en la aislada y pantanosa región donde se hallaba el palacio, muy lejos de Viena, resultaba a veces intolerable, sobre todo porque el príncipe Nicolaus residía allí hasta once meses al año.
En cierta ocasión, los músicos, hartos de los interminables días en Esterháza, rogaron a Haydn que consiguiera sacarlos de allí. En vez de formular su queja directamente, el compositor se puso a escribir una de sus mejores sinfonías, la número 43 "La Despedida".
El movimiento final se iniciaba en la forma acostumbrada, pero iba disminuyendo paulativamente de volumen. Uno por uno, los músicos finalizaban su parte, apagaban la vela que iluminaba su atril y se marchaban, hasta sólo quedaron un violinista y el propio Haydn, éste sentado al clavicordio. La intención de la obra no escapó al príncipe Nicolaus, quien, al día siguiente cerró el palacio y todo el mundo partió hacia Viena y hacia la civilizazion... por un mes.

Un salón del palacio Esterházy.

Muchas y diversas fueron las obras compuestas por Haydn durante los años que pasó en Esterháza. De su pluma salían, sin órden establecido, óperas, sinfonías, conciertos, sonatas, tríos, cuartetos y divertimentos, todo ello producto de una singular combinación de disciplina e inspiración. Todas las mañanas, el músico se dedicaba a componer durante varias horas antes de acometer sus tareas cotidianas. A cierto visitante le describió así su actitud hacia el trabajo: Me levanto a hora temprana y me arrodillo para rogar a Dios y a la Santísima Virgen que me concedan de nuevo un día fructífero.
Su constante atracción por la novedad contribuyó en gran medida a dar forma al estilo que historiadores posteriores bautizarían con el nombre de "Clásico". El clasicismo, que se distingue por su claridad, brillantez y profundo pero disciplinado sentimiento introdujo dos formas instrumentales que tendrían enorme influencia en el futuro de la música: la sinfonía, pieza para orquesta constituída por cuatro tiempos relacionados entre sí, y la sonata, es decir, el desarrollo de un movimiento determinado. Si bien la sonata ha sufrido gran número de alteraciones o se ha visto desdeñada en parte por la música moderna, el principio que la constituye -exposición, desarrollo y resolución- continúa siendo, como en los días en que Haydn la configuró, vital y flexible elemento de la composición musical.
La mejor música de Haydn abunda en efectos: bruscos cambios de tono, ritmos asimétricos y pausas repentinas. Sus sinfonías estallan de pronto con sonoros cuernos y raudas cuerdas. Lo mismo iniciaba una obra, contrariamente a la tradición, con un movimiento lento, que reintroducía inesperadamente, en medio del movimiento final, un minué de tres movimientos o componía un tiempo sinfónico basándose en un antiguo canto gregoriano.


En el decenio de 1770, la vida de Haydn se asentó en una apacible rutina dedicada a la composición y a dirigir las actividades musicales de Esterháza. Durante una visita que hizo al palacio la emperatriz María Teresa (ya anciana entonces), la soberana escuchó con deleite la sinfonía nº 48, llamada con su mismo nombre y dos óperas que Haydn había escrito para tal ocasión. El compositor, a su vez, se complació en recordar a Su Majestad que cuando él formaba parte del coro de palacio, ésta había ordenado que le propinaran una azotaina por haberse encaramado a unos andamios del palacio de Schönbrunn. Pero, mi buen Haydn, ya veis que excelentes frutos ha dado aquella azotaina...replicó Su Majestad, quien le regaló una caja de rapé, de oro, repleta de ducados.
En la década de 1780, el ya anciano príncipe Nicolaus pasaba mucho más tiempo en Viena que antes, lo que permitía al compositor participar de la vida de sociedad de la capital austríaca. Por primera vez pudo disfrutar de la compañía de un compositor de su talla: Wolfgang Amadeus Mozart. En éste, que aún no tenía treinta años, , Haydn veía al hijo que siempre había anhelado tener. Mozart había estudiado la música de Haydn durante años. Había aprendido mucho de ella y quiso pagar su deuda con Franz Joseph dedicándoles una serie de seis cuartetos para cuerda: los Cuartetos Haydn.



Arriba, vista exterior de la casa de Haydn en Viena. En esta otra fotografía vemos el interior y el instrumento que tocaba el compositor.

Cerca ya de los sesenta años, Haydn empezó a acusar cierta fustración por su prolongada servidumbre en la casa Esterházy. Cuando el príncipe Nicolaus falleció en 1790, dejándole una generosa pensión, el compositor se apresuró a trasladarse a Viena. Allí un famoso empresario de conciertos londinense le invitó a visitar Inglaterra en condiciones en extremo ventajosas. Los amigos de Haydn le aconsejaron que no hiciera aquel viaje. Mozart le dijo: No hablais ni una palabra de ese idioma, a lo que Haydn replicó con orgullo: El mundo entero entiende mi lenguaje, y se puso en camino.
Inglaterra y Haydn se entendieron desde el primer momento. No obstante la adulación de que se le hizo objeto, Haydn no dejó de ser el hombre modesto que había sido siempre, dispuesto en todo momento a aprender de los demás. Una de las grandes revelaciones de su vida fue escuchar El Mesías de Haendel en la abadía de Westminster. Aquel conjunto de coros e instrumentos movió a Haydn a componer algo igualmente grandioso con que expresar su propia fe religiosa. El oratorio La Creación habría de ser el proyecto más importante de su vida musical y lo tuvo ocupado cerca de dos años. La obra fue presentada por primera vez en Viena, en abril de 1798, bajo la dirección del compositor y era tal la espectación popular, que un escuadrón de guardias debió mantener el orden a las puertas del salón de conciertos.

El magnífico Haydn Hall en Einsenstadt.
Al comienzo del nuevo siglo, el anciano compositor, cubierto ahora de títulos y honores, fue decayendo. Ya no le era posible trasladar al papel los sonidos que su mente imaginaba. Las ideas musicales me acosan hasta el extremo de constituir un tormento, le dijo a un amigo suyo. Dos meses después de haber cumplido 77 años, el 31 de mayo de 1809, murió.
Haydn fue enterrado a toda prisa en una Viena medio abandonada ante el bombardeo de los ejércitos de Napoleón que asediaban la ciudad. Pero dos semanas después, en los solemnes oficios fúnebres, invasores franceses y milicianos austríacos formaron una guardia de honor en torno al féretro del compositor, al tiempo que un conjunto de músicos hacía oír el Requiem de su difunto amigo Mozart.
Resulta paradójico que el respeto que mereciera en vida Haydn haya contribuido a menoscabar su reputación. Sus músicos solían llamarle Papá en muestra de sincero homenaje, pero este título indujo al público a imaginarse a Haydn como un viejo amable y bobalicón, dedicado a escribir montones de música alegre y fácil. Haydn y su música fueron, en realidad, mucho más contundentes y enriquecedores de lo que se piensa. Hasta mediados del siglo XX, momento en que se comenzaron a publicar y grabar muchas obras desconocidas del compositor-parte de su vasta producción-, no pudo apreciarse la extraordinaria profundidad musical y la inagotable inventiva del bondadoso Papá Haydn.



Los jardines del palacio Schönbrunn, en Viena.

A continuación podemos escuchar una selección de obras de Franz Joseph Haydn.

11 noviembre 2008

Directores famosos: Otto Klemperer ( 1 )

El prestigioso escritor Maurice Shadbolt es autor de este artículo, publicado en una revista en el año 1976.

Llamémosle un milagro de la música. Viena, destruída por la guerra, era en 1947 una ciudad de rostros hambrientos, ropas raídas y estraperlistas. Cierta noche, ante el andrajoso y descorazonado público asistente a una sala de conciertos, un hombre de 62 años de edad, maltrecho pero entero, avanzó trabajosamente hasta el podio del director. Y acto seguido surgió la música.
¡ Y qué música! La oleada de sonidos, bellos, precisos, transfiguró al auditorio. Los hombres se ponían en pie arrebatados por un entusiasmo delirante. Las mujeres lloraban de júbilo y los apláusos resonaban por toda la sala. No obstante, el anciano director apenas se inmutó, hundido al parecer en sus profundidades interiores, mientras la chispa divina de su genio musical inflamaba a Viena.
Aquel mago de la música era Otto Klemperer. Y no es que tuviese aspecto de hechicero, por el contrario, su rostro demacrado, su extenuada contextura de 1,95 metros, sus ojos febriles le hacían parecer más bien un lúgrube testimonio del exilio, del sufrimiento físico y de la angustia mental. Torpe de movimientos, se expresaba con unos ojos de mirada intensa, reveladora de su genio interior, de su entrega a la perfección. Fue uno de los más grandes directores de orquesta de nuestro tiempo; logró sobrevivir a los conflictos de este siglo e interpretó para el mundo a un vasto repertorio de compositores, tanto modernos como clásicos, (desde Mahler hasta Mozart, desde Bruckner hasta Beethoven), en cuya música supo hallar valores que nadie había escuchado antes.

Nacido en 1885 en Breslau, (Baja Silesia, Polonia), a Klemperer no le fue fácil encontrar el camino de la música. Sus padres ,aunque aficionados a ella, eran pobres. Otto, desmañado e increíblemente propenso a los accidentes, era judío en una época de antisemitismo generalizado. Pero, al sentarse al piano, el muchacho descubría que nada de eso importaba. Allí, frente al teclado, superaba su torpeza con una concentración que impresionaba a cuantos le conocían, entre ellos al pariente que sufragó su educación musical.
El joven Otto aspiraba a seguir la carrera de pianista, pero al presentarse al público le inundaba tal sudor nervioso que los dedos le resbalaban sobre las teclas del piano. De manera que el muchacho de veinte años hubo de conformarse con el empleo de acompañante al servicio del virtuoso director Oscar Fried. Sin embargo, cuando después de una función de Orfeo en los infiernos, de Offenbach, Fried tuvo un altercado con la soprano, Max Reinhardt, el empresario, declaró: "¡Muy bien! ¡Dirigirá Klemperer!".

El Rudolfinum (Gran sala de Conciertos) de Praga.

El joven dirigió Orfeo cincuenta veces y con creciente maestría. Durante este período Klemperer se ganó la admiración del compositor austríaco Gustav Mahler, por recomendación del cual se le abrieron las puertas de Praga, primero, y después de Hamburgo, donde un periódico se refirió a él como un meteoro en el horizonte musical. Entre sus triunfos se contaron las óperas Rigoletto y Carmen, en las que cantó el famoso tenor Enrico Caruso.
Cuando Klemperer tenía veintiseis años sufrió una crisis nerviosa, pues la dolorosa verdad es que era un enfermo maníaco-depresivo. Se aisló durante un año para consagrarse al estudio: el trabajo era su única medicina. Escudriñando las partituras de Wagner, de Richard Strauss y Mozart, escuchando la música en su oído mental, logró salir del pozo en que había caído. Posteriormente diría que aquel año, durante el cual acrecentó su repertorio y ahondó sus conocimientos, fue el más decisivo de su existencia.
Retornó de lleno a la vida y a la actividad musical. Mientras trabajaba en Colonia (Alemania), conoció a la soprano Johanna Geissler y se casó con ella; con el tiempo el matrimonio tuvo dos hijos: Werner (el actor) y Lotte.


Otto Klemperer y Johanna Geissler

Pero la oportunidad de distinguirse realmente en el campo de la música contemporánea no se le presentó hasta 1927, cuando Klemperer teía 42 años de edad. Nombrado director de la nueva Compañía de Opera Kroll, de Berlín, supo darle el aire de un ininterrumpido festival musical. Obras célebres como Carmen y Don Giovanni renacieron con decorados y vestuario modernos (Klemperer ponía tanto interés en la escenografía como en la música misma). Operas nuevas, tales como Erwartung, de Arnold Schonberg y Desde un campo de concentración, de Leos Janácek, asombraron y escandalizaron a la vez a los cirscunspectos berlineses. Los cuatro años que Klemperer pasó con la Compañía Kroll fueron los más fecundos en la historia de la ópera del siglo XX.


El Kroll Theater de Berlín

En 1931 la crisis económica y las sospechas políticas motivaron la clausura del Teatro Kroll. Poco después los nacionalsocialistas asumían el poder y empezaron a destituir a los judíos de los cargos públicos. Klemperer fue denunciado, con tenaz saña, como "un hombre cuya concepción del mundo va contra el pensamiento y el sentimiento alemanes". Dejando tras de sí una orden de arresto, y con sus propiedades ya confiscadas, huyó de Alemania con su familia y empezó a peregrinar por el mundo.
Viena, Los Angeles, Nueva York, fueron las primeras de muchas ciudades en que se presentó. De 1933 a 1939 dirigió la Filarmónica de los Angeles, pero sufrió una desilusión cuando se le pasó por alto para el cargo de director titular de la Filarmónica de Nueva York.
Siguieron años sombríos de enfermedades y de relativa oscuridad. En 1938 empezó a sufrir trastornos del equilibrio y le diagnosticaron un tumor cerebral que podía ser fatal. Después de operado, Klemperer quedó parcialmente paralítico: la mano derecha, rígida, no podía sostener ya la batuta. Este nuevo golpe agravó sus accesos de depresión.

Los más grandes directores de la época, reunidos durante una cena en Berlín el año 1929.
De izquierda a derecha: Bruno Walter, A.Toscanini, Erich Kleiber, Otto Klemperer y Wilhelm Furtwängler.
Finaliza el próximo capítulo.
Wagner, Der fligende Holländer, overture. Philharmonia Orchestra. 24,25-02-1960

05 noviembre 2008

Directores famosos: Otto Klemperer ( 2 )


Con el tiempo, en un esfuerzo para recuperar su prestigio en el mundo musical, Otto Klemperer y su esposa gastaron los ahorros de toda su vida en contratar setenta músicos para ofrecer un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. El concierto fue un éxito de crítica, pero aún así nadie le ofrecía un puesto permanente, y Klemperer tuvo que capear los años de la guerra con presentaciones esporádicas como director invitado de varias orquestas norteamericanas.
Luego, en 1946 ocurrió un milagro tan maravilloso como no se recuerda otro semejante en la música moderna. Invitado para hacer una gira de conciertos por la destrozada Europa de la postguerra, el inquebrantabla Klemperer que había cumplido ya 61 años, enardecía a las orquestas europeas con su presencia y al partir dejaba tras de sí el aplauso de multitudes deslumbradas. Aquel desvaído gigante, que parecía estar con un pie en la sepultura, empezó a vivir de nuevo.


Otto Klemperer en 1945, junto a Alma Mahler, que fue esposa del compositor.
Durante tres años dirigió en Budapest con gran éxito, hasta que el cerco estalinista, que se estrechaba cada vez más, le obligó a marcharse nuevamente. En nuevo vagabundeo con su familia, dirigió orquestas en Argentina, Australia y Canadá. Pero en 1951, en Montreal, sufrió una grave caída y se rompió la cabeza del fémur. Después de ocho meses de convalecencia quedó convertido en un director que no podía siquiera mantenerse en pie frente a la orquesta.
Pero ni tampoco esto le detuvo. Empezó a trabajar con la orquesta Philarmonia de Londres, dirigiendo sentado en una silla. Al principio daba sus conciertos en salas semivacías, pero poco después lograba que se agotaran las localidades. Pasado algún tiempo ya podía llegar hasta el podio con ayuda de muletas, aunque permanecía sentado mientras dirigía. Más tarde sustituyó las muletas por dos bastones; después le bastó uno solo. Por fin, durante un ensayo de la ópera Don Giovanni, de Mozart, en el momento de marcar la entrada a los trombones en la escena del cementerio, se puso en pie sin ayuda.

El Royal Festival Hall de Londres, sede de la Orquesta Filarmonía.
Con la Philarmonia labró Klemperer la coronación de su carrera. Designado primer director vitalicio de la orquesta, los músicos llegaron a conocerle como algo más que aquel hombre severo y remoto, que estaba siempre en su sitio diez minutos antes de los ensayos y miraba a los retrasados cuando pasaban junto a él escurriéndose avergonzados. Sus accesos de depresión rara vez se manifestaban; era un hombre afable y paternal, querido de todos. Pero seguía dispuesto a dar la vida por la música y sabía incitar a otros a darse también a ella por entero.
A veces asomaba el lado áspero de su carácter. Después de una momentánea falta de cohesión de la orquesta, declaraba con una tenue sonrisa: Excelente, señores; pero estaría mejor si tocaran juntos. Sus elogios más ambiguos los reservaba para otros directores. A uno de ellos le dijo amablemente: Admiro la convicción con que interpretó usted los "tempi" incorrectos.
Su estilo revelaba la verdadera fuerza de su genio. En una época de pulidos directores, amigos de efectos teatrales y excesivamente preocupados por la tersura del sonido, Klemperer era un hombre tosco y desgarbado, tenaz forjador de una música vigorosa.

Interior del Royal Festival Hall.

Crispada en un puño su mano derecha semiparalizada y dirigiendo casi exclusivamente con la izquierda, buscaba sin cesar el sonido definitivo. Aún después de seis decenios de conciertos públicos, parecía ajeno a la presencia del auditorio, cuyos aplausos agradecía con desgana. El diario The Manchester Guardian dijo en tributo suyo: No pretendía acariciar nuestros sentidos; su propósito era llegar a la verdad.
Sus tribulaciones personales, sin embargo, estaban lejos de terminar. Su mejor aliada, su esposa, falleció en 1956. Dos años después, en 1958,mientras fumaba su pipa, prendió fuego a la cama y sufrió quemaduras de tercer grado. Sin embargo, ni la parálisis ni el haber estado a punto de arder, consiguieron apartarle del podio.
Adondequiera que el anciano maestro no pudiera acudir, sus grabaciones llegaban por decenas de miles. Pero tampoco en el estudio fonográfico era un director convencional. Le disgustaba volver a grabar dos compases aquí, cinco allá, para lograr la ejecución perfecta a que aspiran los técnicos de sonido. Eso, afirmaba él obstinadamente, sería poco honrado.

Aunque sus conciertos y grabaciones ya le producían unos ingresos considerables, Klemperer continuaba viviendo con sencillez en hoteles londinenses o en su pequeño apartamento de Zurich (Suiza). Se levantaba temprano, daba largas caminatas e invariablemente dormía la siesta por la tarde.
Con la Philarmonia celebró sus 85 y 86 cumpleaños, interpretando triunfalmente obras monumentales de la música, como la Novena sinfonia de Beethoven. Para entonces era frecuente que el público de la sala de conciertos se pusiese en pie al verle entrar, como si se tratara de un personaje de la realeza. Parecía que aquel hombre maltrecho duraría eternamente. El mismo lo creía, al parecer. Cuando tenía 86 años le pidieron que aceptara una invitación para presentarse en el Japón dos años más tarde y él replicó: ¿Pero como voy a saber si el Japón existirá aún dentro de dos años?.
Sin embargo, durante un vuelo a Londres en enero de 1972, Klemperer cayó enfermo y puso fin repentino a sus apariciones en público. No habrá alboroto, anunció un portavoz.
Vista de Zurich, donde vivió y murió Klemperer. Richard Wagner también residió allí.
En realidad, rara vez lo ha habido mayor, los homenajes se sucedían uno tras otro. El maestro se mostraba indiferente y se retiró a Zurich para vivir, atendido por su hija Lotte, en compañía de sus escritores favoritos: Shakespeare, Tolstoi, Goethe. A los dieciochos meses de su bien ganado retiro, Otto Klemperer fallecía.
En la muerte, como en la vida, prevaleció su modestia: dejó instrucciones para que le sepultasen en el ataúd más barato y que en la tumba aparecieran únicamente su nombre y las fechas de su nacimiento y muerte.
Su música fue su epitafio.
Más información sobre Otto Klemperer.

Beethoven, Sinfonía nº 9 - Otto Klemperer dirige la Orquesta Philarmonia de Londres.