02 septiembre 2012

La bella Galatea (Die schöne Galathée)



La isla de Chipre está situada en el Mar Mediterráneo a 113 km al sur de Turquía 120 km al oeste de Siria y 150 km al este de Grecia. Tercera en tamaño en dicho mar luego de Sicilia y Cerdeña, tiene unos 800.000 habitantes y posee un clima templado-mediterráno con cálidos y secos veranos y fríos inviernos, con lluvias entre los meses de diciembre y febrero. Es una república y pertenece a la Unión Europea desde el año 2004.
A pesar de sus reducidas dimensiones, tiene una rica herencia cultural que se refleja en los numerosos monumentos y antiguos yacimientos, castillos y fortificaciones repartidos por toda la isla. Encrucijada entre Europa, Asia y África durante siglos, Chipre conserva muchas huellas de civilizaciones sucesivas: teatros y villas romanas, iglesias y monasterios bizantinos, castillos de cruzados y asentamientos prehistóricos.



En Chipre se puede observar de cerca una de las más antiguas civilizaciones del mundo, que hunde sus raíces en 10.000 años de historia. Toda la isla es un gran museo al aire libre donde se pueden admirar numerosos testimonios del dinámico pasado que ha hecho de Chipre un mosaico de periodos y civilizaciones. Numerosos ejemplos de refinado arte bizantino han permanecido y han llegado hasta nosotros. Se pueden admirar, escondidas entre los pinares de los Montes Troodos, las famosas “iglesias pintadas” de Chipre, decoradas con espléndidos frescos en ábsides y muros, diez de las cuales figuran en el elenco del Patrimonio Cultural de la Humanidad de la Unesco.

Entre las muchas playas de la isla, se puede escoger entre una de arena fina y blanca, con cristalinas aguas de color turquesa o ensenadas rocosas con aguas profundas ideales para el buceo y las inmersiones. Con los largos tramos de costa, las innumerables calitas escondidas por todo el litoral, las tranquilas aguas de la península occidental o los vivaces centros turísticos de la parte oriental, la isla es capaz de colmar todos los deseos de sus visitantes.



En la mitología griega, la leyenda de Pigmalión y de Galatea está asociada a la isla de Chipre. Fue contada por Ovidio en el libro X de sus Metamorfosis.
Las Metamorfosis, es un célebre poema en quince libros que fue escrito por el poeta romano Ovidio, y terminado el año 8 d.C. Es una de las joyas de la literatura y uno de los clásicos de todos los tiempos, que combina libremente los conocimientos y creencias de aquellos tiempos sobre historia y mitologia desde la creación del mundo hasta la deificación de Julio César. Muy leído durante la Edad Media, continúa ejerciendo una profunda influencia en la cultura occidental.



Pigmalión fue un rey de Chipre, que siempre se destacó por su bondad y sabiduría al gobernar. También era un magnífico escultor. Durante mucho tiempo buscó una mujer que reuniera todas las cualidades que él deseaba, para convertirla en su esposa. Al final, decepcionado y perdida su esperanza de encontrarla, decidió esculpir una estatua que reflejara su ideal, resultando una imagen de tanta perfección y belleza que Pigmalión quedó perdidamente enamorado de ella. A tal punto llegó su pasión por la escultura que la trataba como si fuera una mujer real, como si estuviera viva.
Desesperado, durante las fiestas en honor de Afrodita (Venus, en la mitología romana) acudió al templo a orar a la diosa pidiendo el deseo de que su amada se convirtiera en un ser humano y la llama del pebetero se alzó tres veces como una señal, aunque él no entendió su significado. De regreso a su casa, al contemplar una vez más la hermosa estatua no pudo evitar besarla y notó entonces con gran gozo que cobraba vida. La diosa Afrodita había escuchado sus ruegos y más adelante les acompañó en su boda.

El mito de Pigmalión y Galatea es uno de los que más influencia han tenido y sigue teniendo en todas las artes: numerosos pintores, escultores, músicos y literatos han creado obras basadas en el mismo. Una de las más conocidas es la pieza teatral de Bernard Saw, en la cual se basó la película musical My fair Lady protagonizada por Rex Harrison y Audrey Hepburn, donde el profesor Higgins se enamora de una joven inculta de arrabal a la que logra transformar en elegante y atractiva dama. Incluso la Psicología estudia y trata el llamado efecto Pigmalión en los ámbitos educativo, laboral y social.



A principios de la década de 1860, las operetas francesas de Jacques Offenbach se representaron por vez primera en Viena. Después del gran éxito obtenido por La Belle Hélène, que recreaba en tono humorístico la conocida historia de Helena de Troya, el empresario vienés Karl Treumann encargó al compositor Franz von Suppé un nuevo trabajo basado en un argumento mitológico con ribetes cómicos.
Die schöne Galathée (La bella Galatea) opereta en dos actos con música de Franz von Suppé y libreto de "Poly Henrion" (el seudónimo de L. Kohl von Kohlenegg) se estrenó en el Teatro Meysels en Berlín el 30 de junio de 1865, obteniendo el compositor su primer éxtito de crítica y público.

Suppé nació el 18 de abril de 1819 en Split (Dalmacia, Croacia). En su juventud estudió flauta y armonía en Italia y más adelante Derecho que dejó para dedicarse definitivamente a la música. Autor popular de unas 30 operetas, 180 farsas, ballets y vodeviles, sus obras hoy están casi olvidadas aunque perduran sus famosas oberturas Caballería Ligera, Poeta y Aldeano y otras, así como su operetas Boccaccio y La Bella Galatea que aún siguen representándose. Falleció el 21 de mayo de 1895 en Viena.



La bella Galatea

La escena representa el taller del escultor Pigmalión en la isla de Chipre en la antiguedad. Afuera se escuchan las voces de los fieles que hacen sus ofrendas en el templo de Venus. Pigmalión es uno de ellos, pero su siervo Ganímedes prefiere aprovechar la ausencia de su amo para descansar en un sofá del estudio. Sin embargo, su sueño se ve interrumpido por la llegada de Midas, rico coleccionista de arte, quien le explica que ha venido en busca de Pigmalión, después de haber oído hablar de su última creación, la estatua de una mujer hermosa, Galatea.

Ganímedes es firme en que no se le permite mostrar la creación a nadie, ni siquiera ante la insistencia de Midas, diciendo que él es un hombre íntegro, que ha heredado la mejor de las virtudes de su padre y madre. Midas persiste en sus peticiones para ver la estatua y, finalmente, en la ausencia continuada de Pigmalión, Ganímedes no puede resistir los sobornos de Midas, que puede por fin contemplar admirado la estatua. Justo en ese momento vuelve Pigmalion y, en un intercambio furioso, ordena a Midas que se marche. Este protesta en vano que un hombre de su posición no puede ser tratado de esta manera, mientras Ganimedes se esconde en el fondo de la estancia.

Cuando Midas se ha ido, Pigmalión mira con embeleso la estatua de Galatea y se lamenta de que una criatura tan hermosa no está viva. Ganímedes señala que sólo los dioses pueden traerla a la vida, a lo que Pigmalión comienza a ofrecer oraciones a Venus. Poco a poco, Pigmalión ve con sorpresa como Galatea empieza a moverse para finalmente bajarse de su pedestal. Pero, lejos de corresponder al afecto que le muestra su creador, ella se limita a decir lo hambrienta que está. Pigmalión amablemente sale en busca de comida especial para la ocasión, en tanto que Galatea se pone a cantar una tierna romanza acompañándose con una lira que ha encontrado por allí.



Ganímedes reflexiona que no hay nadie tan disoluto como los griegos, en cuanto a las mujeres se refiere, y sin embargo, al mismo tiempo, nadie tan atactivo. Sus reflexiones atraen el interés de Galatea que encuentra al joven muy de su gusto y comienza a coquetear con él, sólo para ser interrumpida por la reaparición de Midas quien queda asombrado al ver a Galatea viva. Siempre ingenioso, sin embargo, saca de su bolsa una hermosa joya con la que empieza a tentar a Galatea. Ella la acepta y coge mas joyas de la bolsa y se las pone, aunque se muestra fria con Midas y sigue interesada en el joven Ganímedes.
Cuando regresa Pigmalion, Midas se esconde mientras Pigmalión, Galatea y Ganímedes se sientan a comer. Galatea ahora descubre un gusto distinto para el vino. Ella se vuelve cada vez más fuera de control y, en el tumulto que sigue, Midas se revela en su escondite. Pigmalión le echa a la calle y corre tras de él. Al quedarse sola de nuevo con Ganímedes, Galatea es capaz de continuar con su coqueteo, y juntos exploran el arte de besar.

Vuelve Pigmalion, seguido poco después por Midas que ha vuelto en busca de sus joyas y sorprenden a los dos amantes. La paciencia Pigmalion está cerca del agotamiento. Él pide a Venus que convierta de nuevo a Galatea en piedra y, después de una impresionante caída de truenos, vuelve a encontrarse en su pedestal. Pigmalión coge un mazo con la idea de destruir la estatua en pedazos, pero Midas está consternado porque su joyería también se ha convertido en piedra. Se las arregla para rescatar algo de todo el incidente con la compra de la escultura de Pigmalión, quien por su parte se cura para siempre de su amor por Galatea.

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