Súbitamente, el espectro ha atravesado todo el espacio de un salto enorme. Es el inicio de la danza. El espectro tiene alma. Danza alrededor de la muchacha y parece desearla, siente ansiedad por ella, pero él es sólo un sueño. Es algo etéreo, inmaterial, intangible; es como un recuerdo, como una música, que se percibe pero no se puede tocar, es como un pájaro que desea desprenderse de sus alas.
El perfume del jardín floreciente y de los blancos lirios en una noche de junio iluminada por la luna transfigura al espectro, su danza está dotada de una quietud y delicadeza infinitas. El baile alrededor de la joven se convierte en una pantomima. Revolotea alrededor de ella y sonríe como si deseara despertarla al conjuro de su gracia, la muchacha lo presiente y se despierta. Lo puede ver: alado, impalpable, tal como lo ha imaginado en sus sueños. El espectro se aparta, porque no puede tocarla, ni dejarse tocar, y ella parece querer hacerlo.
De pronto, la muchacha se echa en sus brazos. Como si fuera un mago, el espectro logra llevarla consigo, sin tocarla, a través del éter, a través del sueño, a través de todos los ideales que no existen. Se muestra con ella adorable, acariciador, tierno amante.
La joven encuentra su amor correspondido, parece que ha alcanzado lo que en sueños ha perseguido y hasta ahora no ha podido obtener. Vuelve el Vals y los dos bailan, con pasión y delicadeza, mientras ella recuerda todas las sensaciones de la noche.
El espectro y la muchacha giran al compás del Vals, como en su única y primera noche. El espectro es sólo un recuerdo, es sólo el olor de una rosa que el amante ha regalado a la chica.
Suavemente, el espectro interrumpe el baile. Deposita a la muchacha en la silla y se arrodilla ante ella. Se inclina sumisamente y le ofrece, como un supremo don imposible, los más puros sentimientos de su amor. Le ofrece, sin solicitar ser correspondido, el espíritu de la rosa. Se entrega con perfecta castidad, como solo es capaz de poder entregarse quien sienta la esencia misma de la rosa.
Nuevamente sentada, la muchacha parece haber alcanzado lo que realmente deseaba. El espectro está arrodillado ante ella. La muchacha aprieta sobre su corazón la rosa que lleva de nuevo en la mano. El espectro se incorpora. La muchacha ha inclinado la cabeza y parece que vuelve a dormirse. El espectro la contempla. Da un gran salto. Ha alcanzado un concepto más elevado de la belleza y del amor. Ha llegado a sentir la vida en su expresión más sincera, como cuerpo y como alma. Ello produce en el espectro la impresión de una exaltada serenidad.
La exquisita bailarina Tamara Karsavina
El espectro reanuda la danza alrededor de la muchacha. Es una danza que termina, que se acaba; una danza cuyo ritmo va decreciendo, porque ya ha alcanzado su punto más culminante. La muchacha se ha dormido. Tiene la rosa en la mano. El espectro debe despedirse. Es el sueño de la muchacha y, como tal, es a ella a quien debe la vida. Ha velado su sueño y ha logrado que, por una noche, la muchacha haya creído cumplidos sus ideales.
Antes de marchar, la besa, suavemente, tiernamente, sin que se entere, como un soplo de aire del jardín. Después, de un prodigioso salto se precipita al vacío y desaparece por la ventana. La muchacha ha quedado sola, durmiendo en la silla. Ha soñado. Todo ha sido un sueño. Pero en su mano conserva la rosa que había colocado en su talle, y de la rosa se desprende un suave aroma, una dulce fragancia que sería capaz de hacerle recordar para siempre que una noche, en un sueño, un recuerdo (la esencia de una rosa) fue capaz de hacerla feliz.
Los versos de Teófilo Gautier decían así: "Je suis le spéctre de la rose que tu portais hier au bal..."
Nijinsky en su creación "El Espectro de la Rosa"
La representación de El Espectro de la Rosa duraba tan sólo quince minutos. Nijinsky hizo de este ballet su creación más genial. Su éxito fue instantáneo, absoluto, fulminante. Nijinsky podía darse cuenta de que mientras bailaba la emoción embargaba a muchos de los espectadores. El público femenino, especialmente, se dejaba llevar por aquella representación que expresaba plásticamente todos los sueños de que es capaz una muchacha. Los decorados de Bakst recibieron la unánime aprobación del público.
Con el tiempo, los mismos Diaghilev, Fokin y Bakst se dieron cuenta de que habían creado una obra genial y se fueron encariñando con el nuevo ballet. Nijinsky realizó en El Espectro de la Rosa la mayor hazaña de su carrera. De un salto atravesaba todo el escenario y desaparecía por la ventana. Era el final del ballet. De pronto la escena quedaba en silencio; Nijinsky había desaparecido, la muchacha se hallaba sola en el centro. Descendía el telón.
Ponto se hizo famoso en todo el mundo el extraordinario salto de Nijinsky. La prensa lo mencionaba. Después del estreno un empresario de Londres rogó a Nijinsky que le enseñara las zapatillas para ver si tenían las suelas de goma. Algunos registraban el escenario en busca de un trampolín o de otros dispositivos mecánicos. Jean Cocteau entraba cada día en los vestuarios, esperando dar alguna vez con el truco que utilizaba Nijinsky para efectuar aquel salto.
Entre bastidores se agolpaban gran número de curiosos. Los técnicos interrumpían su trabajo. Los electricistas, los mecánicos del Teatro suspendían su trabajo para ver el famoso salto final. Hasta que un día, Diaghilev ordenó que fueran desalojados los bastidores. Después de cruzar la ventana, Nijinsky caía sobre una malla e inmediatamente le era practicado un masaje.
El Espectro de la Rosa fue una creación personal de Nijinsky. Pocos artistas han logrado dar a este ballet la expresión que requiere. Parecía que el genial bailarín se encontraba verdaderamente a sí mismo en aquel baile. Nijinsky y el ballet pasearon triunfalmente por todos los teatros de Europa.
En España la compañía de los Ballets Rusos fue acogida con éxito y entusiasmo, actuando durante temporadas en San Sebastián, Madrid y Barcelona, así como en otras ciudades. Durante la Primera Guerra Mundial, con todos los contratiempos que aquel terrible acontecimiento supuso para el mundo artístico, el rey Alfonso XIII les ofreció su mecenazgo.
En Barcelona, se presentaron en el Gran Teatro del Liceo el 24 de junio de 1917. El programa estaba formado por Las Sílfides (música de Chopín), Carnaval (Schumann), Danzas polovtsianas de la ópera El Principe Igor (Borodin), y Scherezade (Rimsky-Korsakov). En días sucesivos aparecieron otras muestras de ballet ruso e internacional de primera calidad. El público y la crítica convirtieron al excepcional Nijinsky en la figura más destacada del conjunto. Bailó El Espectro de la Rosa junto a Lydia Lopokova y algunas de sus mejores piezas del repertorio.
El diario La Vanguardia, decía: "Fue para muchos una sorpresa hallarse con un espectáculo nuevo y refinadamente artístico, un espectáculo que se separa de todo lo visto hasta ahora, una maravilla..." "Nijinsky, artista prodigioso por su expresión, es el intérprete único, incomparable, de las concepciones de Fokine. Sobresale entre todos, pero todos son notabilísimos".
En 1929 moría Sergei Diaghilev y los Ballets Rusos se disolvieron. Pero nuevas y magníficas compañías seguirían sus pasos y continuarían ofreciéndonos las más bellas obras del mágico arte de la danza.
Fuentes consultadas: El Espectro de la Rosa ( J. Martin) Historia del Gran Teatro del Liceo (Roger Alier) Wikipedia
A continuación podemos ver otra excelente versión de "El Espectro de la Rosa"
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