Dos años después podía decir a la señora Pleyel: "Piense que es muy fácil que por ahora no me marche de París, y quizá no me vaya nunca". Estas palabras hacían referencia a su antigua obsesión de marcharse a Inglaterra. Así las cosas, vemos ya a Chopín debidamente instalado con todo lujo en un espléndido piso de la Chausé d'Antin.
En su salón no faltaban los bustos de Bach y Mozart, cuadros al óleo de buenos pintores, con predilección los que presentaban paisajes muy apreciados de su amada patria.
No es posible silenciar un episodio que laceró su corazón y su salud para el resto de su corta vida.
Por la sucesión de los hechos que hasta el presente se habían ido sucediendo, es fácil concretar las características esenciales de su biografía. Chopín llega a París de paso para Londres; los emigrados polacos de la capital francesa, conscientes de su valor como intérprete y compositor, lo presentan a la alta sociedad, y Chopín, por méritos propios, se adueña del corazón de todos los que tienen la dicha de tratarle y tienen necesidad de sus enseñanzas; su situación económica es saneada; se establece definitivamente en la capital. Estos son los hechos escuetos e históricos.
Ahora bien, no es necesario ser un lince para adivinar que Chopín, al llegar a esta edad, tuviera sus inevitables idilios con atractivas muchachas de aquella selecta sociedad que tan bien le había recibido.
María Wodzinska
Dado su acendrado patriotismo, acrecentado si cabe aún más por el recuerdo de su patria lejana, se enamoró con la fuerza de sus años mozos de una muchacha de su país llamada María Wodzinska, atractiva condesita polaca, muy inteligente y de gentil figura. Esta encantadora joven tenía un hermano llamado Antonio que era y siguió siendo uno de los pocos amigos íntimos de Chopín, además de ser uno de sus más apreciados alumnos.
María solía ir por la tarde, con su dama de compañía -una señora francesa de cierta edad- a buscar a su hermano, después de la clase. En estas, al parecer, intrancesdentes visitas se fueron aficionando ambos jóvenes. Su hermano Antonio formaba con ellos el terceto perfecto. Cierto día, después de la lección, le dijo Chopín a María: "Voy a tocar un Nocturno que he compuesto para vos; no está del todo terminado, pero no puedo vencer la tentación ni el deseo de que lo escucheís". Y sentándose al piano tocó con su pulsación y sentimiento característico el "Nocturno en Do menor".
María solía ir por la tarde, con su dama de compañía -una señora francesa de cierta edad- a buscar a su hermano, después de la clase. En estas, al parecer, intrancesdentes visitas se fueron aficionando ambos jóvenes. Su hermano Antonio formaba con ellos el terceto perfecto. Cierto día, después de la lección, le dijo Chopín a María: "Voy a tocar un Nocturno que he compuesto para vos; no está del todo terminado, pero no puedo vencer la tentación ni el deseo de que lo escucheís". Y sentándose al piano tocó con su pulsación y sentimiento característico el "Nocturno en Do menor".
Al terminar, insistió Chopín con las siguientes palabras: "Digan lo que digan los poetas, la música es un lenguaje íntimo que se entiende mucho mejor que las palabras, pues puede expresar sentimientos e ideas que con las palabras podrían ofender". La muchacha, que escuchaba embelesada, bajó los ojos y se atrevió a decir: "Maestro, hay pasajes de este Nocturno que no comprendo claramente". "Teneís razón -replicó Chopín- y para que lo acabeís de entender, voy a repetirlo". Y volvió a pulsar con más delicadeza, si es posible, las notas sentimentales del Nocturno.
Piano que tocó Chopín, en Valldemosa (Mallorca)Estaba terminando los últimos acordes cuando entró inopinadamente el pequeño Antonio para reconvenir a su hermana. Dijo: "No esá bien que habiendo de reunirse el maestro con nosotros -se refería también al príncipe Radziwill- le estés entreteniendo para que toque solamente para ti". Pero los ojos de su hermana le hicieron comprender que no era solamente un entretenimiento, y el muchacho adivinó que un gran amor unía ya a los dos jóvenes.
En adelante fueron viéndose con más frecuencia, y cuando creía Chopín que las relaciones iban por el camino de la formalización normal, una carta de su patria con sello oficial vino a favorecer estos planes.
Era una invitación del Gobierno para que Chopín aceptase la cátedra superior del Conservatorio de Varsovia. Desde luego fue una gran sorpresa para el joven artista ver que su fama había traspasado las fronteras. En cierto modo era el obsequio que recibía de su amada patria. Esta oferta afianzaría aún más su situación económica en Varsovia. Le recibirían con los brazos abiertos, podría continuar periódicamente sus giras artísticas, compondría con más ahínco si cabe y solucionaría de una vez y honradamente, de acuerdo con sus creencias y su esmerada educación, el problema de su vida.
Retrato de Chopín por María Wodzinska
Y un día risueño, con tantas ilusiones que no cabían en su excelente y generoso corazón, se vistió con su más elegante traje, peinó elegantemente su abundante cabellera que caía graciosamente por los lados de su cabeza, se puso sus guantes blancos, cogió un coche de caballos que era ya popular en todo París y se fue a pedir la mano de María Wodzinska.
El padre de María lo recibió con la atención protocolaria de estos casos, pero con austera seriedad y con rotundo acento le manifestó lo inadecuado del caso, dándole a entender que había dicho su última palabra y que no admitía réplica alguna.
Chopín, humillado, fue acompañado hasta la puerta, que lentamente se cerró tras él. Había recibido un golpe mortal para su alma y también para su delicado cuerpo. El pobre artista, el más desgraciado de los mortales en aquel momento, llegó no se sabe cómo a su casa, y al abrirse la puerta cayó desplomado. La palidez cadavérica de su rostro y la inmensa tristeza de sus bellos ojos dejaban entrever la gravedad de la enfermedad moral y física que padecía. Durante ocho días estuvo privado de la razón por una intensa fiebre cerebral. Una cruel y larga enfermedad siguió a estos desdichados días.
Cuando volvió en sí, su decaimiento era tal, que no podía tomar absolutamente nada, ni las más imprescindibles medicinas. Antonio, el hermano de la Wodzinska acudió desde los primeros instantes a la cabecera del enfermo, prodigándole los más cariñosos cuidados y consuelos. No eran más que vanos intentos, pues Chopín estaba como ausente y no podía controlar sus actos y oscuros pensamientos.
Escultura en recuerdo del compositor en Zelazowa Wola
Después de muchos cuidados por parte de médicos, amigos y sirvientes, la enfermedad cerebral y la fiebre fueron cediendo, y Chopín, quebrantado y débil, fue restableciendo su salud corporal, pues las heridas que sufrió su alma delicada y sensible ya no sanaron nunca más. Un día, aún convaleciente, vio llegar a su fiel amigo Antonio, compungido y triste, con un paquete en la mano. Al entregarle su amigo el paquete, sin mediar apenas palabras entendió Chopín que eran las cartas escritas a su amada. Levantóse entonces y dirigióse a la habitación donde guardaba sus objetos más intimos en un artístico mueble. Cogió otro paquete, lo besó y se lo entregó a Antonio, no sin antes haber escrito encima en su idioma materno: "La causa de la desgracia de mi vida".
Poco tiempo después tuvo necesidad de actuar en Londres para cumplir compromisos contraídos con un amigo, empresario de conciertos. La noticia corrió por la capital británica como la pólvora, pues había interés justificado por oír al que llamaban "ídolo de París". Las localidades se agotaron y el éxito fue enorme, pues no se recordaba tal delicadeza y sentimiento en ningún otro pianista.
Tuvo la ocurrencia de poner en programa aquel delicioso Nocturno que dedicara a su amada, y el inteligente público que le admiraba, escuchó la composición con un fervor casi religioso, adivinando que algo muy íntimo y doloroso le pasaba en aquel momento al artista.
Después del concierto, que todos consideraban memorable, Chopín recibió los plácemes más sinceros de la multitud que se apretujaba para saludarle. También recibió innumerables invitaciones que él soslayó amablemente, pretextando que debía volver inmediatamente a París. En realidad, su ánimo estaba ausente de aquel ambiente de gloria y felicidad. Al volver al hotel, sintió escalofríos intensos por todo su cuerpo, señal evidente de que la fiebre de la tuberculosis estaba ya destrozando a pasos agigantados la salud del artista.
Podemos escuchar a los pianistas Evgeny Kissin, Yundi Li, Emil Gilels y Maurizio Pollini en obras de Chopín. Como dicen en You-Tube: Enjoy!
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