28 noviembre 2009

Mozart: Concierto piano nº 25



W.A. Mozart puso punto final a su Concierto nº 25 K 503 el día cuatro de diciembre de 1786, y se ejecutó por vez primera muy probablemente la noche siguiente en el Viennese Casino un local de su amigo Johann Trattner. Al parecer, repitió el concierto en varias ocasiones y existe la evidencia de que Beethoven lo eligió en 1795 para una de sus primeras actuaciones como solista en Viena.

La tonalidad -Do mayor- y la orquesta escogida: cuerdas, flauta, 2 oboes, 2 fagotes, 2 trompetas, 2 trompas y timbal, responden a un plan preconcebido de conseguir una obra amplia, serena, de una belleza imperturbable y a menudo grandiosa.
Esta intención se ve reforzada definitivamente por dos elementos decisivos: la elección del material motivador y la planificación general del concierto. En la elección de los temas Mozart busca y consigue magistralmente la diversidad dentro de una unidad de conjunto.
En cuanto a la planificación general, el compositor salzburgués integra los tres movimientos en un todo reconocible como tal. Cada movimiento es una manera distinta de contribuir a un mismo y único fin. La cohesión es un objetivo primordial para Mozart en este K. 503.



Piano de Mozart en el museo Mozart de París


Esta cohesión se consigue en el primer movimiento "Allegro maestoso" de una manera profundamente original e ingeniosa: a base de una figura fundamental o motivo celular de cuatro notas -apenas un simple ritmo- que configura esencialmente tanto el primer tema como el segundo, bien que ambos sean entre sí netamente diferenciables.
Si todo en este K. 503 presenta afinidades más que inmediatas con la Sinfonía Júpiter -identidad de ambiente, de punto de partida, de actitud compositiva, de objetivos-éstas se refuerzan al máximo en el curso del bello, sereno Andante central, lleno de una luz clara, tranquila subrayada por la radiante tonalidad de Fa mayor. Es el movimiento de contextura más sinfónica de los tres. La peculiar y muy cuidada escritura para para los instrumentos de madera nos recuerdan viejas épocas mozartianas. Sin embargo, el papel de este Andante -a pesar de su forma de sonata binaria facilmente identificable- no es el de contraste con los dos movimientos extremos, como en el Concierto K. 491 (inmediatamente anterior a éste y complementario del mismo), sino el de contribuir a esa "unidad de atmósfera" a la que antes se hacia alusión.



Monumento a Mozart en Viena

A menudo los Rondós finales de los conciertos de Mozart revisten el carácter de divertimentos alegres, chispeantes, desenfadados, episódicos, que sirven para aligerar, para desfogar un poco todo el bagaje expresivo y dialéctico que llevan consigo los dos primeros movimientos. Nada de esto ocurre aquí. Mozart propone una página de serenidad olímpica -una vez más la serenidad de atmósfera- y gran envergadura musical.
Nada hay en este Rondó de "pequeña forma". Todo lo contrario, Mozart culmina aquí el proceso iniciado en el "Allegro" y lo hace por la vía de la semejanza, no del contraste. Para ello estructura un movimiento con amplios y solemnes pedales -los más largos que Mozart escribiera en sus conciertos pianísticos- que convierten el discurso más en una gavota, danza lenta y mayestática, que en un rondó ligero e incisivo al uso.

El abandono de la forma sonata permite renunciar aún más a una dinámica conflictiva o, al menos, contrastada. La cohesión de lo sosegadamente bello acaba por ser definitivamente consagrada. Por eso este concierto produce una sensación anímico-artística comparable al perfecto y equilibrado clasicismo, clasicismo impregnado de grandeza cual una escultura griega.



W.A. Mozart, Concierto en Do mayor nº 25 (K. 503) para piano y orquesta.


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