Tres años más tarde, en 1828, protegido y animado por las excelentes amistades de su patria, se atrevió a presentarse en Berlín. De regreso pasó, siempre en gira de conciertos, por Praga, Breslau, Dresde y también por la célebre ciudad de su patria, Cracovia. En agosto de aquel mismo año fue a Viena dejándose oir con general aplauso, hasta el punto de que Hasslinger, gran editor de la capital del Danubio, publicó con éxito algunas de sus recientes composiciones. Tanto fue así, que instó y consiguió que Chopín diera un gran concierto con orquesta en el Teatro de la Opera.
El concierto fue un acontecimiento en la vida musical y artística de Viena, que ostentaba por aquel entonces el monopolio de la elegancia y el Arte. Chopín escribió a sus padres una carta llema de risueñas esperanzas, y comentaba el éxitodel concierto de la Opera con optimistas palabras.
"Me han aplaudido tanto, que en las Variaciones no podía oir los "tutti" de la orquesta, apagados por las ovaciones con que el público celebraba mis intervenciones al piano".
Alentados sus amigos por el éxito de este concierto, organizaron una segunda audición que alcanzó tanto éxito como la primera, artística y económicamente.
El Teatro de la Opera de Viena en 1830. En 1865 se construyó un nuevo y magnífico edificio.
Las elegantes señoras de los palcos comentaban la figura un poco escuálida y en extremo juvenil de Chopín. "Lástima -decían- que este muchacho no sea más robusto". Y era natural que hicieran esta observación, pues se ha de tener en cuenta que Chopín, entonces, no era más que un jovencito imberbe sin ninguna característica física que justificase aquella bravura y aquella genial interpretación que daba a sus obras. Existía el precedente de Listz, joven arrogante que demostraba una prueba y un dominio del piano verdaderamente deslumbrantes, así como Creuny, el pianista que interpretaba magistralmente a Bethoven, los dos en la plenitud de la vida.
Verdaderamente, es algo portentoso el caso de Chopín. Hojeando sus difíciles estudios de Concierto, sus brilantes Valses y sus espectaculares y caballerescas Polonesas, uno no sabe de dónde sacaba la fuerza y la virilidad aquel cuerpo enfermizo, de contextura tan fina y señorial, para dar aquellas sensacionales interpretaciones.
¿Quién no conoce aquella fogosa "Polonesa en La bemol", que con la mano izquierda imita la cabalería y la artillería de una singular batalla? Pues bien, esta pieza inmortal la compuso semanas antes de su muerte, cuando se había apoderado totalmente de él la traidora enfermedad y sufría por las noches espantosas alucinaciones que dejaban su pobre cuerpo hecho un esqueleto viviente.
Terminado su segundo concierto, regresó a su patria pasando por las ciudades antes mencionadas y por Tepliz, famosa estación termal y verdadera cita de reunión de gentes de alcurnia. No faltaban allí cabezas coronadas, diplomáticos, embajadores, príncipes, generales y potentados. No es necesario decir que Chopín fue, con su porte elegante y aristocráticas maneras, el ídolo de todas las reuniones.
Después de los saludos y cumplidos de rigor, sentábase delante del piano de cola y transcurrían velozmente las horas del brazo de las inspiradas composiciones del pianista.
Luego venía la "prueba" a que estaban sometidos todos los pianistas de aquella época. La cocurrencia escogía un tema para que el artista demostrase su imaginación y su habilidad por medio de inspiradas variaciones: "¡El Tema! ¡El Tema!", solía oirse de boca en boca; y por fin se levantaba un encantador grupo de muchachas y amablemente le exponían a Chopín el tema escogido, que una vez fue un aria de una ópera de Rossini, muy en boga por aquellos días.
Chopín, que ya conocía dicho tema , no tuvo necesidad de tomar nota en el papel pautado, sino que, después de unos segundos de silencio y en medio de una expectación general , empezó a tocar el famoso "tema", primero de una manera sencilla y escueta, luego añadiéndole preciosas variaciones ricamente adornadas con sentimentales submelodías, fluidos asombrosos, acompañamientos tristes y fúnebres, atacando súbitamente otra variación con ritmos alegres y terminándolos con tiernas notas que parecían gemidos del alma.
Por último desarrolló la variación final de una manera tan brillante y gloriosa, que antes de terminar los últimos acordes, se levantó toda la numerosa concurrencia atronando el salón. Fue la ovación más ruidosa que habían oido aquellas paredes, mudos testigos del triunfo de otros artistas. Ningún aplauso tan cálido como el que obtuvo Chopín en aquella memorable velada. Tanto fue así, que uno de los asistentes, ilustre diplomático del Rey de Sajonia, escribió a su soberano refiriéndose a Chopín: "Créame su Majestad que es uno de los grandes pianistas de nuestra época".
Otra vez en u casa paterna y en el seno de su familia, que le adoraba, volvió a su actividad creadora al lado de su buen maestro y consejero Elsner.
Chopín acababa de cumplir los veinte años. Aprovechando el éxito que le proporcionó esta gira por Centroeuropa, dio dos conciertos con éxito total en la misma Varsovia.
En los últimos meses de aquel año acabó de pulir unas magníficas composiciones que él mismo llamó -y en realidad son- "Estudios". Vale la pena insistir sobre estas composiciones. Ahora, con la perspectiva que nos dan los años transcurridos desde su fallecimiento (1849), podemos afirmar sin ningún género de dudas, que sus Estudios han representado una auténtica revolución en la técnica moderna del piano. Las combinaciones de la mano derecha, a base de notas dobles, con unas aplicaciones desconocidas por Bach, Haydn, Mozart y Beethoben, el paso del pulgar, el uso constante de las teclas negras, sus pasajes rápidos y los grupos rítmicos de la mano izquierda, con una armonía tan peculiar, todo ello acompañado de una poderosa inspiración, hizo exclamar a Cortot: "Los Estudios de Chopín son una larga y completa lección de piano".
En 1830, tras un año de intenso trabajo y constante estudio, Chopín siente deseos de emprender otra gira de conciertos, esta vez más prolongada y de más amplitud. Pero tiene un presentimiento negro, que en edad tan juvenil empieza a atormentarle " ¿Y si muero fuera de mi casa, lejos de mi familia? ¡Qué horrible ha de ser morir solo, al lado de un mal médico o de un infeliz criado!" Este presentimiento triste de su fin, ya no le dejaría en paz.
La fuerza de su incipiente juventud y el optimismo que nos hace ver, afortunadamente, el aspecto más favorable de las cosas, le convencieron de la necesidad de trasladarse a Viena a primeros de noviembre. En esta ciudad, emporio de la riqueza y del arte, conoció Chopín a hombres famosos de la época.
Thalberg, el famoso pianista alemán, le fue presentado en un concierto. Tuvo también estrecha amistad on Malfatti el médico que asistió los últimos momentos de Beethoven, y por él se enteró de mil pormenores de la vida del glorioso músico sordo. Conoció también a un célebre violinista llamado Kreutzer, que en su tiempo despreció por "demasiado fácil" una de las Sonatas de violín más geniales y hermosas que compusiera Beethoven. Al desdichado violinista, todo el mundo le conoce, y su nombre será inmortal por haberle dedicado el glorioso compositor la mencionada Sonata.
A Chopín no todo le pareció aceptable, en su conjunto en esta segunda visita a Viena. Desaparecidos ya Haydn, Mozart y Beethoven, la ciudad se había entregado en brazos del compositor de valses Johann Strauss I. Al público interesado en las Cosas del Arte, aficionado a las óperas de Mozart, a los conciertos y a las audiciones sinfónicas, había sucedido otro frívolo y falso.
Facilmente se adivinará que numerosos "Strauss" encontraron ambiente favorable para triunfar en toda la línea. Y célebre es la frase de un literato de aquel tiempo, que solía decir: "En Viena se almuerza, se cena y hasta se duerme al son de los valses de Strauss". Valses por las calles, valses en los salones, valses por todas partes; hasta en las buhardillas más humildes podía verse a más de una pareja valsando al son de un desafinado clarinete.
Chopín, educado en el seno de una familia distinguida y en una sociedad selecta de rancias costmbres, como la de su amada patria, no pudo soportar la frivolidad que le rodeaba. Enterado de la acogida que la buena sociedad y el público de Londres dispensaba a los artistas de todos los países, decidió trasladarse a la gran capital del Imperio Británico.
Antes, quería despedirse de su patria, pero entonces recibió un aviso de sus padres para que desistiese de hacerlo, pues el pueblo polaco en masa se había levantado contra sus opresores rusos. Nicolás Chopín, padre del ya famoso pianista, conocía los sentimientos patrióticos de su hijo, y temiendo por su salud tan precaria y ante las violencias, algazaras y sucesos sangrientos que se registraban por aquellos días en Varsovia, tomó la determinación de ponerle sobre aviso para que no regresara a su patria y continuara sus giras artísticas.
Y así fue como Chopín, con un pasaporte que decía: "A Londres", pasó por París, alejándose de su amada Polonia, que fatalmente no volvería a ver jamás.
Cuadro de Claude Monet
Preparémonos a disfrutar con una selección de obras de Chopín por el gran pianista Krystian Zimerman.
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