Federico Chopín, compositor y pianista polaco nació en 1810, hace doscientos años. Para recordarle, publicaremos en varias entradas un escrito que sobre él nos dejó Josep Mª Roma i Roig, compositor, pianista, organista y pedagogo catalán (1902-1981).
Si cualquiera que se encuentre en París toma el metro que le deja al pie del cementerio Père Lachaise, encontrará a la salida de la estación que lleva este nombre y en las bocacalles adjacentes un buen número de mujeres y muchachas de aspecto modesto que venden ramilletes de flores. Estas flores, estas violetas, las rosas, las margaritas, la mayoría van a adornar la tumba de Chopín.
El que escribe estas líneas ha visitado dos veces el sepulcro del famoso pianista. La primera vez, delante del pequeño relieve esculpido por Clessinger (yerno de George Sand) que representa a Chopín visto de perfil, había un precioso manojo de flores silvestres; la segunda vez, colgaba en la pequeña reja que protege el sepulcro una rosa hermosísima.
No podía hacer más que unos minutos que una mano piadosa la había colocado allí mientras musitaba una breve plegaria. Pocas biografías de Chopín silencian este detalle: el obsequio de flores frescas a la tumba del famoso músico polaco va sucediéndose día tras día y año tras año. Y es que Chopín es el músico del sentimento, como Wagner es el compositor de la pasión y Beethoven el genio de las multitudes.
Las personas que vibran por las pequeñas cosas de la vida, que se entusiasman contemplando una noche estrellada, que sufren por un ser amado o que gozan de la conversación con espíritus de fina sensibilidad, estas personas comprenden y viven la música de Chopín.
No deja de ser consolador el hecho registrado el año 1949, al celebrarse el primer centenario de la muerte del famoso músico. El mundo moderno, con sus máquinas, su industria, su preocupación por los problemas económicos y sociales y sobre todo por su aferrado materialismo, da la impresión de que ha dejado de ser romántico; lo que equivale a decir que ya no goza de las cosas amables y delicadas de la vida. Por eso, repetimos, fue consolador constatar el número interminable de conferencias, audiciones, conciertos y conmemoraciones que tuvieron lugar en honor y homenaje a Chopín.
Congratulémonos de que el mundo amigo de las artes y, en especial, de la música, haya contribuído a dar el relieve que merecen las composiciones de Chopín. Bajo el punto de vista objetivo, parece que no se trató de una vulgar y burocrática conmemoración cualquiera. Tuvo un especial carácter de emoción colectiva, con la esperanza de aquella saludable reacción por las manifestaciones del alma y de la belleza.
Retrato de un joven Chopín por Francesco Hayez
Chopín fue el poeta del piano. Se le da este nombre porque, a la alta calidad estética y musical de sus obras, une la circunstancia de haber escrito la totalidad de sus composiciones para este instrumento.
La copiosa y rica producción se compone de algunos conciertos para piano y orquesta, sonatas y canciones; pero lo que más abunda es el vals, la polonesa, la mazurca, el nocturno, el preludio, los célebres estudios de concierto y otras varias formas de composición, no tan numerosas pero de más calidad, como las baladas y los scherzos.
Hasta hace relativamente poco, las biografías de Chopín arrancaban de su llegada a París, casi un adolescente, de paso por la capital francesa para dar unos conciertos en Londres. Pero recientes gestiones y búsquedas sumamente laboriosas, han arrojado luz sobre su origen y, remontando su árbol genealógico, han aclarado por qué un nombre de fonética tan francesa, fuera polaco y en cierta manera el músico más representativo de esta nación.
Efectivamente, el padre de Chopín nació en Lorena, y Chopín, según los biógrafos, es la versión francesa de Srop, apellido del abuelo paterno. Este se estableció en Francia cuando Leozinski, monarca polaco dueño del ducado de Lorena, instaló allí su residencia.
Aclarado este pequeño detalle de su ascendencia, sabemos ya de cierto que Federico Chopín nació en un pueblo cercano a Varsovia. Su madre se llamaba Justina y su padre Nicolás. De este matrimonio nacieron, además de Federico, único varón, tres niñas más. La menor murió jovencita de la misma enfermedad que después se llevaría al padre y veintidós años más tarde al genial músico: la tuberculosis. Las otras dos hermanas de Chopín alcanzaron una edad más dilatada y ambas tuvieron una posición muy distinguida en la capital.
La casa natal de Chopín en Gelazowa Wola, cerca de Varsovia
Chopín nació el día 22 de febrero de 1810 (hay dudas sobre esa fecha y también se cita el 1 de marzo) y fue bautizado en el mismo templo en donde habían contraído matrimonio sus padres.
Aunque la niñez de Chopín transcurrió casi siempre en la capital de su patria, forzosamente tuvieron que impresionarle, durante las vacaciones pasadas en el campo, las danzas de los campesinos y las leyendas de las hadas, bosques y castillos a las que tan inclinada se siente el alma eslava.
Se da el caso que Chopín, que pasó lo mejor de su vida fuera de su patria, nunca se dejó llevar por las corrientes musicales y estéticas de los países que visitó. Ni siquiera claudicó ante las teorías y modismos que privaban entonces en la capital de Francia, convertida, aunque de una manera circunstancial,en su residencia y en su patria adoptiva; y aquí radica el secreto más admirable de su música que nunca dejó de ser auténticamente polaca.
En sus melodías, en la armonización de todas sus obras, se manifiestan las costumbres que, a través de mil guerras y circunstancias adversas, ha sabido guardar celosamente el pueblo polaco.
El palacio Lazienki en Varsovia
Las singulares aptitudes que mostraba Federico durante su niñez, inclinaron decisivamente a sus padres a procurarle serios estudios musicales. Le proporcionaron un buen preceptor en la persona de Elsner, un verdadero maestro que inculcó en su joven discípulo, además de una buena técnica pianística, un acendrado amor a la música polaca. Esto tuvo una enorme influencia para el joven artista, que al cabo de unos pocos años había de ser el músico más característico de su país.
Junto con Elsner, formaron un buen terceto de preceptores el eminente compositor, violinista y organista Kurpinski, y Apollinar Koutski, buen maestro aunque no buen compositor, que era el director del Conservatorio de Varsovia.
Aunque ya llevaba Chopín en su frágil naturaleza los gérmenes de la enfermedad que le condujo al sepulcro, no se puede decir que tuviera una infancia desgraciada. Al lado del amor y solicitud de sus padres, había el cariño que le demostraban sus hermanas Isabel, la mayor, y Luisa, que era la más próxima a su edad. Fue Luisa quien cerró los ojos de Chopín, presentándose en París pocas horas antes de su muerte. Emilia, la más joven, formaba, por decirlo así, un mundo aparte para el pequeño Chopín; murió de tuberculosis a una edad muy temprana y su fallecimiento causó al músico un dolor profundísimo.
Siendo ya Chopín un adolescente, pasaba algunas temporadas con su madre y hermanas en el palacio de la princesa Idalia, que gustaba de la buena música y vio en seguida en el joven unas aptitudes sobresalientes. Por mediación de esta princesa frecuentó lo más selecto de la sociedad polaca del momento. Aquella sociedad tuvo una influencia decisiva en el alma de Chopín; educado en un ambiente de fe católica y con un sentimiento patriótico exacerbado por la dura ocupación rusa, se avivaron las esencias radicales de su fantasía juvenil y fueron prodigiosa semilla que había de germinar al cabo de poco tiempo en forma de inspiradas melodías y ritmos caballerescos que son el espíritu de sus Nocturnos, Mazurkas, Polonesas, etc.
Corría el año 1825 cuando Chopín se dispuso a iniciar algunas giras artísticas.
Federico Chopín Andante Spianatto y Gran Polonesa Brillante. Yundi-Li, piano
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